viernes, 29 de diciembre de 2006

¿Accidentes mortales?


Cuando se está o ha estado en política, se sabe que muchas palabras suelen tener trastienda. Pero retorcerlas hasta el punto de que los asesinatos de ETA sean accidentes mortales, como ha hecho hoy el presidente Zapatero, me resulta francamente estomagante.

¿Por ventura Miguel Ángel Blanco, Pagazaurtundúa, Múgica, Tomás y Valiente, Gregorio Ordóñez y tantos otros murieron en un accidente de coche, cuando venían de tomar unos txiquitos? ¿Y tantos militares, policías y guardia civiles? ¿Resbalaron en la cáscara de un plátano? ¿Las víctimas de Hipercor, del Cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza, sufrieron una intoxicación alimentaria?

Pena, auténtica pena, me produce escuchar lo que he oído hoy. Y, según leo, no es primera vez que usa el presidente esta expresión. Me quedo con las víctimas.
Nota: hoy sábado acabo de leer en "La Razón" que La Moncloa ha aclarado que Zapatero ha sufrido un lapsus linguae, y que realmente quería referirse a atentados mortales. Me doy por satisfecho con la explicación y, siendo así, retiro lo dicho. No obstante, un poco más de cuidado no le vendría mal al presidente. En todo caso, y en términos generales, sigo quedándome con las víctimas.

martes, 26 de diciembre de 2006

Pena de muerte para Sadam

Acabo de leer que han ratificado la sentencia que condenaba a la última pena al ex-tirano Sadam Hussein. Rescato un artículo que publicó Amadeo de Argángary en septiembre de 2005.
Que Sadam Husein es un criminal que ejerció de dictador implacable, que sojuzgó a su pueblo, asesinó a miles de conciudadanos, violó el orden internacional, se corrompió y permitió que otros se corrompieran, que torturó sin mesura y huyó cobardemente, nadie lo pone en duda. No creo que haya quien piense que este tirano fue un gobernante digno. Ni me parece que la guerra de Occidente contra Iraq, que causó una honda fractura social bien explotada por algunos, lo eleve a la categoría de mártir. No creo que nadie sostenga tal cosa.

Ahora, Sadam espera juicio, y ya se levantan voces, como la de Kuwait, reclamando se le aplique la pena capital, por la invasión de su territorio en 1990. Supongo que a esa petición no tardará en sumarse una legión de víctimas del tirano; ávidos de venganza, pedirán su cabeza.

Nos conduce esta situación al perenne debate sobre la aplicación de la pena máxima que, lamentablemente, aún continúa presente en numerosos códigos penales. Un servidor duda de su efectividad. No se aprecia, según creo, disminución sustancial de la criminalidad en aquellos Estados donde es práctica habitual. Prevalece, por tanto, su carácter punitivo y no el preventivo, convirtiéndose en mera retribución, es decir, en mero castigo, sin mayor provecho social. Esto, en mi opinión, repugna a la moderna ciencia del Derecho Penal y, por supuesto, a la condición humana.

Es cierto que la sociedad debe defenderse, que los poderes públicos tienen la obligación de poner a salvo los bienes jurídicos. Concepción Arenal decía que no hay corrección sin mortificación y escarmiento. La pena es necesaria, pero la de muerte no se compadece con la moral humana, sea cual sea la convicción religiosa que uno profese. Y esto vale también para el salvaje Sadam Husein, pues su condición de persona, aunque no la ejerciera, es cierta.

Con frecuencia, lo que te pide el cuerpo cuando ves la infinidad de barbaridades que los medios de comunicación nos sirven a diario, es que a la caterva de criminales que pisotean los derechos de tantos le apliquen a modo la ley del Talión; que les den matarile, oiga. Pero eso no es lo que corresponde a sociedades civilizadas.

No me cabe duda: por sus muchos crímenes, el tirano de Bagdad deberá ser objeto de una condena ejemplar. Fórmulas hay en Derecho y abundan en los códigos penales; algunas conducen directamente a la inocuización del delincuente: se le aparta de la sociedad, de por vida, en el caso de la cadena perpetua. Claro, esto también es discutible, no sólo desde el punto de vista del penalismo, sino también de una interpretación amplia de los Derechos Humanos. Pero bueno, mejor es será que la horca.

Además, el castigo ejemplar debe servir –al menos en teoría– para que otros muchos tiranos, o con ínfulas de llegar a serlo, sepan que la comunidad internacional no les dejará irse de rositas. Pero el paredón no es la fórmula.

lunes, 25 de diciembre de 2006

Manipulación informativa

No escucho la emisora de radio de la Junta de Extremadura, puesto que soy oyente habitual de Onda Cero. A veces no se escucha bien, creo que en Zafra la recepción no es demasiado buena. Hoy ha sido uno de esos días en los que se me ha superpuesto el Canal Extremadura Radio (¿se llama así?). Y maldita la hora, porque escucho un titular de informativo que viene a decir el Rey pide, en su mensaje de Navidad, unidad de todos los partidos ante el proceso de paz.

Como escarpias se me pusieron los pelos, oiga. Porque ayer me dediqué a escuchar a Su Majestad con atención, y de lo que dice la radio de Extremadura, nada de nada. Lean entre líneas: el Rey quiere que PSOE y PP apoyen la estrategia de Zapatero, eso que se llama “el proceso”. Ergo, hasta el Rey tiene que llamar la atención del PP para que esté donde tiene que estar.

Deplorable. Sencillamente, deplorable. Lo que el Jefe del Estado dijo, literalmente, es lo siguiente:

En democracia, la única respuesta a la extorsión, la coacción y la violencia es la que resulta de la primacía de la Ley y del Estado de Derecho.
Esa garantía de armónica convivencia que a todos nos proporciona nuestra norma fundamental, debe ser correspondida con el respeto a sus reglas como expresión de la voluntad popular.
Y todas las instituciones y fuerzas democráticas tenemos el deber y la responsabilidad de lograr la unidad y la cohesión para desplegar todos los esfuerzos que nos permitan alcanzar, juntos, el objetivo irrenunciable de poner fin al terrorismo, dentro del pleno respeto a nuestra Constitución.
De la profunda crueldad del terrorismo dan testimonio la muerte y el sufrimiento de tantas víctimas, así como el dolor de sus familias, a quienes debemos nuestro respeto, afecto, apoyo y solidaridad.”

De proceso, nada. Es lamentable que un medio de comunicación público proporcione así las noticias, descendiendo al Jefe del Estado al nivel de la brega política.

Menos mal que, después, PSOE y PP han asumido el mensaje del Rey en sus términos cabales (lo que convierte a la radio extremeña en más papista que el papa), tal y como han hecho los medios serios nacionales, en sus versiones de Internet (ya sabemos que hoy no se publican los periódicos). Así lo hacen El País, ABC, El Mundo o La Razón, que se refieren a la petición de consenso “para poner fin al terrorismo”; o que “la única respuesta a la violencia terrorista es la que resulta de la primacía de la ley y del Estado de Derecho.” Sin otras valoraciones ficticias. Lo del proceso es otra cosa.

domingo, 24 de diciembre de 2006

Real felicitación





Parece que se ha puesto de moda andar a la caza y captura de los retoques fotográficos que pudieran presentar las felicitaciones de la Casa Real. Este año toca con la foto de la Infanta Leonor. Nada hay que objetar, claro; la libertad de expresión ampara a quienes se dedican a ésto, e incluso a otras cosas peores: no olvidemos que hay medios de comunicación cuyos líderes mediáticos, ensoberbecidos, azuzan constantemente contra el Rey, olvidando algo que debería ser obvio a estas alturas: nuestra monarquía es parlamentaria. La política la hacen los políticos, y el rey no puede actuar fuera de la Constitución. En fin, cada cual opine lo que tenga por conveniente. Un servidor hará lo mismo. Y, a tal efecto, rescato un artículo inédito, que redacté el año pasado por estas fechas, cuando el asunto más importante observado en la Zarzuela se convirtió en el uso del Photoshop, o como rayos se escriba el programa de retoque fotográfico. Lo titulé "Real felicitación".

Señor, andan algunos tiquismiquis enojados porque VV. MM. han felicitado las fiestas de Navidad con una tarjeta que contiene un montaje fotográfico. Parece que no les ha sentado bien que la foto no sea natural. Buena lata están dando.

Claro está, seguro que los que se quejan reciben cientos de tarjetas en estas fechas, con versos infumables, paisajes irreales y seres fantásticos, y no pían. El topicazo no les supone ningún problema, es de esperar que porque de lo que se trata es de ser corteses y cumplir con la tradición que impone felicitar la Navidad. Pero como hay que aprovechar para dar algo de guerra al Rey, que ahora eso está muy de moda, pues ea, adelante.

Confieso, Señor, que me importa un bledo la polémica, y que no encuentro motivo de más debate en el tema de Vuestra felicitación. Al fin y al cabo, lo que habéis hecho es simplemente utilizar un detalle humano, simpático y agradable. Como tantos otros que habéis prodigado en Vuestro reinado.

Lo que pasa es que algunos, ciegos con esta foto, no recuerdan otras. Como aquella en que V. M. aparece en el Congreso de los Diputados sancionando, ante las Cortes Generales, la Constitución Española, esa que nos permite criticar a V. M. si se tercia, y a la que algunos quieren subir al desván de la Historia. O esa otra instantánea, en la que V. M., en uniforme de Capitán General de los Ejércitos, aparece dirigiéndose al pueblo español, para anunciarle su compromiso ineludible con la democracia y con la Constitución. Era un 23 de febrero. ¿Recuerdan algunos? Esas fotografías no tienen trampa ni cartón, son del mismo Rey, del mismo Jefe del Estado que supo conducir a nuestra nación de una dictadura a un sistema de libertades plenas.

Felicite V. M. las fiestas como le pete, que a muchos nos sirve. Y eso que no recibimos Vuestro tarjetón. Ni falta que nos hace. Vuestro ejemplo nos basta. Feliz Navidad.

sábado, 23 de diciembre de 2006

La vida sigue igual

Descartada la revolución pendiente de nuestras vidas, generalmente sujeta a que los niños de San Ildefonso canten nuestro número, la cosa sigue como estaba. Cada día, con su afán; los proyectos realizables, pendientes; los otros, aplazados hasta el 22 de diciembre próximo. Dejaremos la prosopopeya para los poetas, los iluminados y algunos políticos, y nos dedicaremos a seguir viviendo.

Ni con calvo, ni sin calvo. Esto no tiene remedio. Menos mal que la cosa de la lotería la miramos con bastante escepticismo y la depresión que nos produce el no vernos en posesión del puñetero y huidizo cuerno de la abundancia es leve y pasajera.

Veremos entonces cuánto da de sí el próximo año. En buena medida, eso dependerá de nosotros. Bueno será que nos apliquemos en nuestros objetivos de verdad. Esos que no sueñan con azares ni, felizmente, necesitan de terceros (cosa rara, por lo demás), sino de nuestra disposición de ánimo.

martes, 19 de diciembre de 2006

Juventud, divino tesoro

Recupero un texto de Amadeo de Argángary, autor del artículo "Amotillos", que también copié aquí hace unos días. Lo escribió como contestación a un lector que le afeó el contenido del artículo.

Un airado lector, al hilo de un artículo que escribí hace algunos días, y que dediqué a ese engendro de los “amotillos”, me recrimina inmisericorde y me pregunta si alguna vez he sido joven. Ignoro por qué me formula tal pregunta, si es porque piensa que tener determinada edad lo justifica todo o, tal vez, porque considera que mi opinión coincide plenamente con la de un viejo carcamal. Respecto de esto último, lamento desilusionarlo. No le diré mi edad, por no venir al caso, pero no soy ningún viejo.

Y, por supuesto, claro que he sido joven. Faltaría más. Como todo bicho viviente, voy consumiendo etapas. He tenido alguna vez quince años. Y dieciocho. Y treinta. Y hoy tengo un puñado más. No sé dónde están los límites de lo que se da en llamar juventud. Lo que sí tengo claro es que no sólo la edad es la clave para determinar la cuestión. También, pienso, la cosa tiene mucho que ver con las actitudes de cada uno.

Porque, si me lo permiten, la edad es sólo una cuestión biológica; lo que interesa es si tienes ganas de hacer determinadas cosas. Ahí es donde está la clave de la cuestión. En cualquier caso, si esto se utiliza a modo de justificación de conductas como las que un servidor criticó en el artículo al que me refería, no me parece argumento sólido. Cuando yo tenía dieciséis o diecisiete años, ni existía el problema del “botellón” ni los “amotillos” eran tan virulentos, ni se daban cierto tipo de conductas contrarias a la urbanidad con la frecuencia que hoy las padecemos. Es cierto que a esas edades todos hemos sido algo gamberretes. Y es también imprescindible decir que no todos los jóvenes de hoy se dedican a fastidiar la convivencia. En absoluto. Pero no es de ellos, evidentemente, de los que hablo hasta ahora.

En mis primeros años mozos, cuando nos excedíamos, que lo hacíamos, solíamos encontrar alguna reprimenda: bien la autoridad, si te cogía el guarda, bien tus padres, que no te consentían todo. Por lo menos, en esta línea nos encontrábamos el que escribe y sus amigos. Cuando traspasábamos la raya de lo admisible, nos reprendían a modo, sin que ello haya causado ningún trauma, que yo sepa, ni a quien escribe ni a sus conocidos.

Hoy, por el contrario, hay muchos que tienen la sensación de que todo vale. Todo hay que consentirlo, porque lo contrario atenta contra la libertad de cada cual. Bonita tontería, por cierto. Claro que, bien mirado, esta situación no es nueva, si bien hoy pudiera parecer exacerbada. Fíjense que don Gregorio Marañón, allá por los lejanos años treinta del pasado siglo (¡qué cosa, oiga, somos del siglo pasado!) ya se lamentaba: “El hombre, como individuo o como especie, padece una crisis del deber y una hipertrofia del derecho”. Evidentemente, esta reflexión no ha de aplicarse sólo a los jóvenes, pero viene al pelo para el caso que tratamos.

Me permito añadir, también, otra idea que el pedagogo y amigo Manuel García García plantea en un interesante artículo, en el que dice que está en nuestras manos conseguir una convivencia más humana. A tal efecto, apuesta por la educación en valores, y afirma que “antes que una Alianza de las Civilizaciones, considero que sería bueno una alianza de intenciones educativas”. Coincido con él. Eso sí, en esa alianza deben participar, no sé en qué proporción, los profesores y los padres.

En fin, sea como fuere, sabemos que hay una cierta juventud indolente, quizá subida al carro de un hedonismo poco limitado. La indolencia, no se engañen, también se puede encontrar en miríadas de mayores.

Me quedo con otra clase de jóvenes. Los que, vistan como lo hagan, piensan. Los que usan el coco no sólo para hacerse rastas, sino también para reflexionar sobre las cosas, sin necesitar, además, de ningún estímulo artificial. Gentes inconformistas, armadas de idealismo, sea del signo que fuere, y deseosas de cambiar el mundo. Me gusta ese tipo de juventud, aunque profese ideas contrarias a las mías. Porque, sin duda, el mejor método para perfeccionar la sociedad es interrelacionarse con ella, en un toma y daca permanente. Afortunadamente gozamos de un sistema político que nos permite trabajar en ese sentido, desde la política, pero también desde el compromiso asociativo, desde los distintos voluntariados, etcétera.

También, por supuesto, desde el mundo del trabajo. La asociación juventud-ocio, es algo parcial; omitir el esfuerzo no tiene sentido. Y, con frecuencia, olvidamos esto. De hecho, muchas autoridades, cuando planifican actividades destinadas a los jóvenes, hacen especial hincapié en los contenidos lúdicos. Empero, el desarrollo personal pasa también por la responsabilidad que, de modo paulatino, ha de alcanzarse. Responsabilidad que, si quieren, haremos equivaler a madurez. Hay jóvenes ejemplares, que se esfuerzan en su vida profesional, o en su vida de estudiantes, con percepción clara de que su futuro pasa por sus propias manos.

Recuerdo con especial cariño algunas palabras de un profesor que nos hacía ver lo importante de entusiasmarse con las cosas, de disfrutarlas, de intentar conocerlas y comprenderlas. La pérdida de esa capacidad de apasionamiento es un paso hacia la indolencia, hacia el pasotismo, del que son víctimas algunos jóvenes. Pasotismo que, lamentablemente, en muchos casos degenera en otras conductas de riesgo de las que hoy no hablaremos.

Qué bueno sería que los que van por las calles hablando a voces, o tirando papeles al suelo, o rompiendo mobiliario urbano, o atronando con “amotillos”, recibieran algo de atención por sus padres. Qué interesante sería que las autoridades encontraran su punto de equilibrio entre el tolerar todo o el reprimir todo. Qué necesario que los colegios, los institutos, recuperen el sentido del respeto.

Evidentemente, el problema es infinitamente más complejo y tiene concomitancias de todo tipo; yo no puede abordarlo en extensión. Me limito a expresar mi opinión, aparejada, eso sí, con un sentimiento de pena por las oportunidades de ser persona que muchos dejan pasar, con la complicidad de unas familias que todo lo toleran, no vaya a ser que les digan que son padres anticuados. O, sencillamente, unos fachas del carajo.

Bueno, no me extiendo más. Lo que lamento es que el lector que me ha dado pie a este artículo no vea mi reflexión, porque estaba tan sumamente enfadado que prometió no volver a leerme. Qué le vamos a hacer.

lunes, 18 de diciembre de 2006

Doble fila

He oído decir a determinadas personas que, como Zafra es una ciudad donde hay mucho comercio, se debe hacer “la vista gorda” con los estacionamientos en segunda fila, no vaya a ser que dejen de venir los visitantes, máxime cuando no hay suficientes aparcamientos disponibles.

Mi opinión es:

Primero: en Zafra no hay distancias reales. Un desplazamiento de doscientos metros procura, casi con seguridad, una plaza de aparcamiento. Lo cómodo, evidentemente, es dejar el coche en la misma puerta del establecimiento.

Segundo: la profusión de estacionamientos en doble fila –a veces, y sin reparos, en triple– enfada al que circula, que ve convertida la conducción en algo tenso y crispado. Si alguien viene de fuera y encuentra una ciudad plagada de conductores que hacen lo que les peta, créanme, se le quitan las ganas de volver. Ergo, por no enfadar a uno, lo haremos con ciento.

Tercero: en todas las ciudades cuyas autoridades se han enterado de que lo son (serias las ciudades y ellos autoridades) se combate el estacionamiento indebido. El caos no ayuda al comercio, lo hunde. Si el centro no está fluido, las grandes superficies del exterior siempre dispondrán de miles de metros cuadrados para estacionar.

Cuarto: hay que optar por fórmulas de estacionamiento regulado. Volvemos a lo mismo: si somos ciudad, tenemos que usar medios que están experimentados –y funcionan– en otras ciudades. Los detractores sólo tienen que viajar un poco más y –en algunos casos– hacer un poco menos de demagogia. Por todas partes se extienden estas zonas, sean del color que sean.

Quinto: se precisan, ciertamente, bolsas de aparcamiento –los subterráneos suelen funcionar muy bien– que permitan estancias superiores al tiempo regulado en el exterior. Son muy apropiados para el turismo, para los clientes que dedican más tiempo a sus compras y, no lo olvidemos, para los vecinos, que pueden disponer a precios económicos de plaza de garaje.

Sexto: hay que redimensionar determinadas vías de comunicación. Sobre esto tengo ya gastados torrentes de tinta y saliva. Por ejemplo, Díaz Ambrona. Pero también el planeamiento urbanístico debe contemplar que los viales de las nuevas zonas urbanizadas se dimensionen adecuadamente y no se conviertan en cuellos de botella.

Séptimo: la grúa es impopular. Pero más aún lo es el caos.

En definitiva, una ciudad tiene ventajas e inconvenientes. El tráfico siempre crea problemas, pero es un aliado del desarrollo, si se encauza lo mejor que se pueda (no lo olvidemos, solucionar todo es imposible). En nuestro caso, venimos reclamando constantemente para Zafra más servicios y mejores comunicaciones. Pero si el que viene de fuera se encuentra con el caos en nuestra ciudad, pocas ganas le quedarán de volver. De los nervios de los que vivimos aquí, para qué hablar.

He llegado a la conclusión, y tengo motivos para ello, y además sé de lo que hablo, que el temor a lo impopular que suele mostrar el político debe ser rechazado de plano, puesto que suele aliarse con la demagogia fácil y deja pudrirse los problemas sin hacer nada. Normalmente, esta actitud proporciona la simpatía de determinados interesados. Pero, no me cabe duda, la antipatía del común.

domingo, 17 de diciembre de 2006

Cuotas: ¿enchufismo "de género"?

Rescato de la hemeroteca un artículo que publicó Ambrosio de Argüelles, hace ya año y pico, en "La Crónica de Zafra".


Algunas modas recientes me provocan cierto rechazo, no sé si porque mi sentido estético esté algo anquilosado o por una cuestión de manifiesta ignorancia sobre lo in y lo out. No comprendo, por ejemplo, eso de los piercings, cosas metálicas ancladas en toda la geografía humana, que se me antojan dolorosas y horribles. Tampoco me entra en la cabeza el que los jóvenes lleven los bluyines rotos, hace años los hubiésemos llamado pordioseros.

Pero hoy, o tempora, o mores, esto es lo más normal, y a nadie llama ya la atención. Por lo demás, estos usos no deben de tener mayor importancia, salvo porque las cosas del atuendo tienen mucho que ver con la postura de cada cual ante la sociedad. Algo de esto tiene escrito mi colega, y sin embargo amigo, Amadeo de Argángary.

Pero hay otro tipo de moda que me gusta aún menos, y que está en boga en ámbitos en los que sí nos afecta directamente lo que ocurra como consecuencia de ella. Me refiero al marco político, en el que unos empezaron con la cosa de las cuotas femeninas, y ahora todos quieren copiar. Además, hay que añadir la tendencia a la paidocracia, de la que tanto abomina el maestro Martín Ferrand. Ambas pudieran ser, entre otras cosas, muestras del papanatismo político y de falsa progresía.

Me ocuparé de la primera manifestación, la cuota femenina. Me resulta escandalosa, por varios motivos. Primero, por lo que supone de discriminación: entiendo que en la política, como en todo, deben asumir responsabilidades los más idóneos. Por tanto, las cuotas restan ocasión de participar a otros que, quizá con más mérito, deben quedar relegados para satisfacer la exigencia de la tontuna progresista.

En segundo lugar, y esto me parece más grave, creo que es un sistema ofensivo hacia las propias mujeres. Así, cuando acceden a cargos o puestos por ser cuota parte, entiendo que se las está manipulando, incluso se atenta contra su dignidad. Siempre quedará la sensación de que están ahí por ser mujeres, no por sus méritos. Podría hablarse de algo así como enchufismo de género. Si yo fuera mujer creo que me molestaría enormemente este sistema salvo, claro, que todo valga para acomodarse.

Creo en la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, pero no creo que ese engendro de las cuotas sea el camino adecuado. El mérito y la capacidad no deben tener relación con el sexo. Quizá pudiera darse el caso de que en unas listas hubiera más mujeres que hombres, o al revés. Pero sin sujeción a cuotas.

Eso sí, si al llegar la hora de la verdad la elegida resulta ser una petarda, no se les ocurra criticarla, porque serán unos machistas guarros. Pero no lo son, claro está, los que las utilizan para captar el voto de mujeres, suponiendo que las mujeres voten una lista por el hecho de que figuren en ella más colegas de género. ¡Cuánta tontería, Señor!

sábado, 16 de diciembre de 2006

Rol de cafres, 5 (petardos)


Que estas fiestas son bulliciosas, es cosa cierta. Que los españoles somos gente ruidosa, también. Que el estruendo de petardos es algo de toda la vida, incuestionable. Pero me parece que se están pasando.

Si ustedes no son sordos (o, por decirlo al modo políticamente correcto al uso, deficientes auditivos), habrán sufrido en sus carnes estos petardos de hogaño que, más que tales, parecen bombas de mano. A juzgar por el estruendo deber de ir provistos de una buena morterada de pólvora.

Seguro que deben ser peligrosos. Sería conveniente tomar medidas, antes de tener que lamentar algún accidente. Yo he sido testigo de un caso; no es que la explosión hiciese daño a algún transeúnte. Es que el peatón pudo romper la cara del niñato que le tiró el petardo a los pies. Por tablas se libró, y por la cosa de que la juventud es más ágil.

viernes, 15 de diciembre de 2006

Rol de cafres, 4 (A contramano)


¿Saben ustedes cuántos vehículos circulan por dirección prohibida en mi calle? Montones. Por no molestarse en dar un rodeo, incordian a los demás con sus maniobras. Muchos de ellos, por si les pareciese poco circular en sentido contrario, se estacionan en zona prohibida. Consecuencia: estrechamiento de la calzada y retrovisores que se llevan por delante los vehículos que pasan.

jueves, 14 de diciembre de 2006

Famoseo

¿Han visto ustedes la cantidad de programas que da la televisión, en los que los "famosos" son perseguidos desde la vía pública hasta la alcoba en busca de algún secreto inconfesable o de alguna confidencia morbosa? Está visto que esto del famoseo vende, no importando airear cuestiones personales de gente que ya cría malvas hace años. Ambrosio de Argüelles escribió un artículo sobre este asunto, hace ya unos tres años, y lo publicó en "La Crónica de Zafra". Lo rescato de la hemeroteca y se lo transcribo a ustedes.

Esto del zapeo es la reoca. Hace un par de noches me entretuve en practicarlo hasta que, en no sé qué cadena, encontré un programa que me pareció un debate. Me dispuse a verlo con la esperanza que de no tratara sobre el show de la Comunidad de Madrid y, efectivamente, no era un debate político.

Allí un individuo abyecto contaba con tranquilidad que había mantenido relaciones horizontales con determinada señorita. Bochornoso espectáculo. Me dispongo a seguir con el zapeo cuando entra en escena un joven que -¡rediez!- es el novio de la chica aludida. Debo confesar que no supe resistirme a esperar los resultados de aquello, que no fueron otros que la conversión del plató en un foro verdulero en el que el novio (con razón, que conste) gritaba todo tipo de improperios al mamarracho primero que, además, era menos corpulento. Puestas así las cosas me preguntaba cuánto tardaría en llegar el primer bofetón.

Pero no llegó, afortunadamente. Lo que sí vino fue la aclaración del porqué de la cuestión: según el mozo ofendido, el ofensor lo que busca es la fama, algo que a él le sobra, porque ya tiene mucha por haber ganado el concurso del Gran Hermano.

¡A hacer puñetas! En ese punto se me caen todos los palos del sombrajo. El hambre y las ganas de comer. Juntitos los que quieren ser famosos a costa de los demás y los que lo logran dando tres cuartos al pregonero.

¡Jesús, con la dichosa fama! Vaya con la caterva de haraganes proveedores del papel couché y de la telebasura. Valiente concepto de la popularidad el que se asienta en la obtención de dinero fácil a cambio de airear intimidades a los cuatro vientos.

Claro, que si eso funciona, será porque hay quien consume. Tengo para mí que esto es un poco de panem et circenses: juntamos los programas del corazón con las estomagantes novelas del fútbol español y nos abstraemos de la realidad: una auténtica droga.

O tal vez ocurra que, como dice Umbral, la masa desindividualizada devora individualidades. Cualquiera sabe. Pero son legión los que están dispuestos a desnudarse –en todos los sentidos– ante el primer objetivo que pase, siempre que haya por medio un sobre suculento.

En resumen, una mezcla de mala educación, chabacanería, imbecilidad y baboseo que está a la orden del día. Y me preocupa mucho esto. Pregunten a muchos chavales en edad escolar dónde está el Cabo de Gata. Apuesten cuántos lo sabrán. Después, pregunten quién es un señor gesticulante con el pelo largo y que parece llamarse Pocholo. Ni uno lo ignorará.

En fin, no me dan más espacio para seguir aburriéndoles. Quizá otro día continúe con el tema. Además, me estoy enfadando y tengo que seguir el consejo de mi amigo y paisano Amadeo de Argángary, a quien desde aquí saludo, y que dice que en casos de enfado morrocotudo lo mejor que hay es respirar hondo durante un minuto, sentarse, y disfrutar de una copa de vino tinto acompañada de un poquito de jamón.

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Felices Fiestas, hombre...



Qué quieren que les diga. A mí, la Navidad, lo que es gustarme, no me gusta demasiado. No por nada; quizá por todo. Pero ahí está. Cada año viene asomando un poquito antes por la culpa culpita de la publicidad, que nos la anticipa y nos la hace recurrente como los anuncios de fascículos a finales de agosto.

Pero, qué vamos a hacerle. A los niños les chifla. A muchos de los adultos, también, aunque llegadas ciertas edades es inevitable que en las fiestas hogareñas haya vacíos que no se pueden ocupar. Y los usos sociales imponen ciertas tradiciones que tampoco son demasiado onerosas, por lo demás.

En fin, por cuanto significa para los cristianos; por lo que representa para los que no creen, pero disfrutan transmitiendo buenos deseos a los demás; por cuanto trae de ilusiones, sean o no reales, no me queda otra que rendirme, y desearles lo típico: si pueden, sean felices esta Navidades. Y si son capaces, séanlo el resto del año.

Felices Fiestas.

martes, 12 de diciembre de 2006

De entierro


Cuando se publiquen estas líneas, del asesino Pinochet sólo quedarán humo y algunas cenizas. Mientras, en otros, sobre todo en sus víctimas, causará desesperación el frustrado deseo de justicia. Claro que, como bien decía ayer en la Tercera de ABC Carlos Malamud, la historia ya ha pronunciado su veredicto. En cualquier caso, creo que no ha muerto un dictador en Iberoamérica.

Insisto. No se ha enterrado a un dictador. Las honras fúnebres y militares han sido para un exdictador. Afortunadamente. Porque, no lo olviden, Chile es hoy, y desde hace ya años, una prometedora democracia.

Pasarán los días y seguro que se esfumarán las tensiones que han provocado tantas emociones contrapuestas, entre partidarios y detractores del extirano (aunque, bien mirado, ¿la condición de tirano se pierde sin el ejercicio de la tiranía?). Chile seguirá viviendo en libertad.

Uno menos, desde luego. Sin embargo, vivitos y coleando hay otros que siguen manteniendo a sus pueblos bajo el yugo de la tiranía. Por ejemplo, Fidel Castro. Cuando él fallezca (yo no deseo la muerte a nadie, sólo apuesto por la libertad), se habrá enterrado a un dictador en ejercicio; no creo que impulse ninguna transición ni que ceda definitivamente el poder.

En fin, ojalá en Cuba y en tantos otros sitios puedan llegar a disfrutar de democracias plenas. Ojalá algún día los dictadores, los tiranos, sean sólo un mal recuerdo. Cosa difícil, pero a ver si hay suerte.

lunes, 11 de diciembre de 2006

La lección de Don Alfredo

Este artículo estaba destinado a aparecer en "La Crónica de Zafra", pero no volvió a publicarse el periódico. De modo que me pide Ambrosio de Argüelles que lo ponga aquí; un servidor, no podía ser menos, lo obedece y, copiando y pegando, voilà:

Al bueno de don Alfredo Di Stéfano, la Comunidad de Madrid lo ha honrado con su medalla de oro. Méritos no le faltan, su trayectoria futbolística lo convierte en un grande entre los grandes, y no es mala cosa que quien ha sido tanto tenga sobrado reconocimiento años después, sin que quede depositado en el almacén del olvido, del que tantos sólo salen para aparecer en la necrológica del día.

Merecimientos aparte, ya conocemos aquél refrán que dice del viejo el consejo. Buena cosa es escuchar a los que acumulan años, pesados como piedras, en sus espaldas. A pesar de los achaques y de los sustos de sus corazones, muchos suelen mantenerse firmes y dignos en el camino de la vida. Es el caso de don Alfredo, que, con ocasión del acto de entrega del galardón, ha pronunciado palabras de viejo sabio (o de sabio viejo, quién sabe), que vienen como anillo al dedo al Real Madrid: “Necesitamos amor, fe, actitud, entusiasmo y rectitud”. Ahí es nada. ¿Alguien duda que cuando uno ama sus colores, cree en lo que hace, se esfuerza, lo da todo y obra con honradez, es más fácil ganar?

Pues me temo que sí, que hay quien lo duda. Y no sólo en el fútbol, que las palabras del genial futbolista se pueden extrapolar y resultan buenas para todos los órdenes de nuestra vida. Ya saben que en los tiempos que corren no se aprecia particularmente el valor del esfuerzo. Ni tampoco, en muchos casos, el del respecto, ni el de la urbanidad, ni tantos otros. Ahora, el ande yo caliente goza de absoluta carta de naturaleza y nos topamos a diario con energúmenos provistos de patente de corso para exhibir su falta de educación sin complejos.

Todo vale. O todo va valiendo, pero todo se andará. Empolvado el algún lugar, donde pocos lo abren, queda el tomo en el que don Gregorio Marañón escribió que “el hombre, como individuo o como pueblo, padece una crisis del deber y una hipertrofia del derecho”. No extraña que muchos tomen las obras de cafres por simples eutrapelias, y todos tan contentos. Que no, hombre, que no, que eso del esfuerzo y de la corrección no vale para nada. Que hay que ser frescos, hay que vivir la vida, o bebérsela, si se tercia. ¿No vemos en los anuncios de la tele que todo es frenesí?

Pues por esto me resultan impecables las palabras del bueno de di Stéfano. Qué bonitas habrían quedado en ese concurso que alguien convocó hace unos días, para buscar los vocablos más bellos de nuestro idioma. Amor, fe, actitud, entusiasmo y rectitud. Tómense a partes iguales, mézclense y agítense según arte, dispénsense a grandes dosis y tendremos una panacea digna de la mejor alquimia. El resultado: responsabilidad y respeto, para con uno mismo y para con los demás, frente a desidia y mentecatez. ¡Gol de Di Stéfano!

domingo, 10 de diciembre de 2006

Nacido y criado

¿Será que ciertos localismos son una variante del nacionalismo? ¿O más simplemente del egoísmo? No lo sé, claro. Pero el caso es que en más de una ocasión he tenido oportunidad de comprobar cómo algunos, apoyándose en su condición de “nacidos y criados” en Zafra, pretendían cosas que no podían ser y no entendían que la partida de nacimiento no sirve para saltarse ciertos trámites.

Cierto día, en tono un tanto desabrido, se dirigía a mí una señora y me reprobaba alguna actuación política, no con argumentos, sino con la consabida muletilla: “soy nacida y criada en Zafra”. Se conoce que la pila bautismal o la hoja registral confieren carácter, y por supuesto ella conocía bastante mejor que un servidor los problemas y las soluciones, y vuelta a la nacencia, y tal y cual. En fin, para abreviar la pérdida de tiempo, y como no había solución posible, y el mal carácter de mi interlocutora arreciaba, le espeté:

- ¿Y qué hace usted por Zafra más que yo?

No se esperaba esa pregunta la señora, que calló. Fuese, no hubo nada. En fin, parece que cada vez que me invocan el abolengo zafrense sea para pedir algo.

Felizmente, la realidad demuestra que Zafra es ciudad de acogida y que se enriquece con todos los que, durante generaciones, hemos decidido venir aquí y nos hemos sentido bien recibidos. Yo, que nací en Villafranca, tengo el doble privilegio de ser villafranqués de nacimiento y zafrense de adopción. Y, por supuesto, he experimentado la gran satisfacción de dedicar bastantes años de mi vida a trabajar por Zafra, donde resido hace cuatro lustros. Obras son amores.

Bueno está. Dios nos libre del nacionalismo –en palabras de Unamuno– “de patria chica o de campanario”.

sábado, 9 de diciembre de 2006

Yo leo el ABC, oiga

Me consta que algún medio de comunicación ha declarado la guerra al ABC. Y sé que muchos lectores han decidido abandonar al que durante años fue su periódico habitual, y se han pasado a otros medios. Y conozco que determinado gurú mediático ha emprendido una feroz campaña contra el centenario rotativo.

Me importa un bledo la guerra entre medios. Negocios son negocios. Allá cada cual. Pero me da la gana de decir que yo sigo leyendo el ABC, y que me gusta. Es más, me identifico con muchos de los postulados que defiende. Y no tengo nada de socialista, como ustedes comprenderán, por mucho que clamen algunos que el periódico de VOCENTO es una sucursal de El País, o algo así. Y, por supuesto, nunca he sido marxista.

Cada cual que lea lo que quiera. Yo procuro hacerlo con sentido crítico y no me gusta recibir doctrina. Algunos púlpitos mediáticos no me gustan un pelo. Eso sí, que conste que defiendo la más amplia libertad de expresión y, como es natural, a su hijuela la libertad de prensa. No se debe intentar acallar a nadie porque no nos guste lo que dice. A mí no se me ocurriría jamás emprender una campaña para que se deje de escuchar la COPE, ni consideraría admisible que se pretendiera callar a sus locutores-estrella.

En fin, esto es como las lentejas. Cada cual tome y lea o escuche lo que tenga por conveniente. Por mi parte, seguiré disfrutando de la lectura de mi periódico de cabecera y, si algún día no me gusta, dejaré de leerlo y les diré a ustedes por qué.

viernes, 8 de diciembre de 2006

Fast food

Ahora que está en pleno auge el debate sobre la persecución ministerial contra el invento de las hamburguesas king size, o dicho en cristiano, y ustedes perdonen, cojonudas, recupero un artículo que Amadeo de Argángary redactó después de sufrir una penosa experiencia en uno de esos establecimientos de comidas rápidas -no importa la marca- y que publicó hace ya cerca de cinco años. En el pecado llevó la penitencia, sin duda. De cualquier modo, como ese tipo de comida tiene sus adeptos, creo que hay que respetarlos, y que el que entre coma lo que le dé la real gana. Nadie obliga. Y el Gobierno, a otra cosa, mariposa. Allá va el artículo:

Hace unos días, por motivos que no vienen al caso, tuve necesidad de, llegada la hora de comer, encontrar algún sitio donde me sirvieran rápido, pues tenía bastante prisa. Como en las ciudades modernas hay de todo, no tardé en toparme con un establecimiento de esos que salen en los anuncios de televisión y con los que, según parece, sueña todo niño moderno, pues en su interior debe encontrarse el secreto de toda felicidad.

No negaré que vacilé antes de entrar, pues la noticia que tenía es que en esas casas de comidas –o lo que sean–, sirven lo que algunos llaman comida basura. Pero, en fin, acuciado por las prisas, me atreví a franquear la puerta.

Una vez dentro, lo primero que me sorprendió fue la clientela: todos jóvenes veinteañeros, de los más variados pelajes: con cabello teñido, algunos, con piercings visibles o invisibles, otros; todos con vaqueros –bluyines, por arte y gracia de la Real Academia–. Y todos, absolutamente todos, con la naturalidad del que conoce bien los misterios de este tipo de establecimiento.

En cambio, este que escribe, con atuendo de lo más clásico, ponía la nota discordante. E ignorante. Porque fue traumático ponerme frente al mostrador e intentar comprender qué podría comer. Ardua empresa, pues tienes que leer unos paneles con nombres extrañísimos, entre los que sólo distingo como algo inteligible a la universal Coca-Cola; me ayudo, entonces, de las fotografías para intentar comprender algo.

En fin, como la chica que debía atenderme parecía algo impaciente, no tuve más remedio que lanzarme y, al azar, pedí:

- Póngame eso de ahí –señalo con el paraguas a un recuadro del panel luminoso.

La chica mira sorprendida, seguro que calibrando mi grado de ignorancia en las cosas del mundo. Pulsa unas teclas. Me pide una cantidad de dinero. La pago. Coloca una bandeja de plástico en la mesa, sobre ella un papel con anuncios de las maravillas de la casa y, al poco tiempo, empieza a poner encima varias cosas. Cojo la bandeja, intentando no tropezarme con mi paraguas, que cuelga de mi antebrazo. Me siento en una silla estrecha, pongo mi pedido en una ínfima mesa y, por fin, tras tomar aliento, hago inventario de lo que debo comer: algo envuelto en un papel con múltiples anagramas de la marca comercial; unas patatas fritas dentro de un curioso recipiente de cartón; un inmenso vaso de plástico con tapa y pajita, que debe contener Coca-Cola. Y, además, un sobrecito con un extraño brebaje dentro.

Abro el primer envoltorio y me encuentro con eso que parece llamarse hamburguesa, pero que aquí tiene un nombre impronunciable para mí. Abro el engendro; dentro hay algo que pudiera ser pollo, pescado, lagarto o cualquier sierpe (si es que la carne de estas criaturas es algo blancuzco y crudo). Me aventuro a poner el contenido del sobrecito sobre la carne, quizá por curiosidad científica. Aparto las toneladas de papel y plástico sobrantes de las operaciones previas. Bebo un sorbo de refresco (un iceberg dentro de un vaso, con algo de líquido dentro) y, la suerte está echada.

Pruebo una patata frita.
Pruebo lo que pudiera llamarse bocadillo.

Tengo hambre. Tengo prisa. He pagado por lo que me han dado, y me lo tengo que comer. Pero mal rayo me parta si eso es comida.

La patata frita es algo indudablemente frito. El sabor de lo de dentro del pan queda camuflado con el contenido de la materia viscosa de dentro del sobre (¿con qué camuflar el sabor de ese brebaje?). Y, con la ayuda del refresco, ingiero (comer, creo, es otra cosa) todo, no sin repasar mentalmente el árbol genealógico del inventor de esto, dejando en cada rama del mismo un recuerdo de claro contenido escatológico.

Me levanto, salgo. Aire casi puro.

A estas alturas del relato, seguro que mis escasos lectores asiduos se preguntarán por mi amigo Pepe, camarada de charlas, copas y filosofías caseras. Debo decir que no procede incluirlo en el escrito porque, cuando le conté dónde había comido, me miró, gruñó, me dijo algo que no me atrevo a reproducir y estuvo ignorándome hasta que, con grandes protestas por mi parte y previa invitación a torta de Los Barros y a buen vino, me perdonó tamaña felonía.

jueves, 7 de diciembre de 2006

Rol de cafres, 3. (Amotillos)

Para incluir en la fauna del "rol de cafres", rescato un artículo que me presta mi colega, y sin embargo amigo, Amadeo de Argángary. Su título "Amotillos", les ilustrará suficientemente sobre qué trata.

Es viernes. Son las doce menos cuarto de la noche. Tiempos atrás, podríamos decir eso de “se acerca la hora de las brujas”. Pero estamos en el siglo XXI. No hay hechiceras. Fuera supersticiones. En su lugar, irremediablemente, no tardarán en llegar los amotillos, esos diabólicos engendros con dos ruedas, cuya potencia expresada en centímetros cúbicos es inversamente proporcional a su capacidad de hacer ruido; aparatos siempre conducidos por chavalotes despreocupados, supongo que con todo resuelto, porque esas máquinas cuestan una pasta.

Creo que oí o leí por primera vez, hace algunos años, la denominación de amotillos al maestro Antonio Burgos que, con su gracejo habitual incorporó al periodismo la denominación que el habla vulgar reserva para los ciclomotores, amotos. Después lo he leído a otros autores e incluso lo he oído en radio. Así que, si me lo permiten, me sumo a la línea doctrinal que denomina a esos cacharros, indignos herederos del “Vespino”, como he dado en intitular este artículo.

Hechas las salvedades lingüísticas, conviene analizar, siquiera someramente, en qué consiste el fenómeno que se manifiesta en forma de un niñato subido a un aparato que, decididamente, no sabe manejar correctamente en la mayoría de los casos y que posee porque se lo ha comprado su papaíto o, en su defecto, y como bien dice Burgos, su abuela.

Primera observación de campo: ciclomotor con ruedas pequeñas, heredero de la añorada “Vespa”. Siempre se ha dicho que esas ruedas hacen peligrosa la maniobra de tomar las curvas si uno no es prudente. No importa. Las curvas no son obstáculos para el pequeño angelnieto.

Segunda: el niñato, con cara de velocidad, muy machote, se inclina para cortar mejor el viento, intrépido centauro del asfalto.

Tercera: si a la grupa metálica sube una chica, la velocidad se incrementa.

Cuarta: Si llevan casco, no tienen los papeles en regla. Si tienen los papeles, no les funciona el silencioso. Si todos los papeles y requisitos técnicos están en perfecto estado de revista, circulan por dirección prohibida. Si se diera el improbable caso de que se cumplan las normas en su plenitud, el conductor tiene sesenta años. Además, es más que posible es que el niño no tenga ni papeles, ni silencioso, ni casco, conduzca a toda velocidad, por dirección prohibida y con pasajero atrás.

Quinta: si al pasar atronando lo insultas, es tarea inútil. En primer término, porque al niñato le resbala. En segundo, porque, como es obvio, es imposible que te oiga.

Sexta: “No hay quien pueda con ellos”, es la expresión resignada de los municipales, que tienen que optar entre formar un show y denunciar a cientos de ciclomotoristas, si consiguen que se paren cuando se lo ordenan, o soportar las iras de los políticos, que se asustan pensando que poner multas es impopular. Evidentemente, el municipal se vuelve liberal: laissez faire, laissez passer.

Séptima: aliados de Murphy, siempre pasarán por tu casa, a toda pastilla y a escape libre, en el momento crucial en que el protagonista de la única película que te ha interesado de la televisión en los últimos diez años, va a pronunciar la frase clave, que desenmaraña el misterio.

En fin, sufridos lectores. Todo esto pudiera resultar hasta gracioso, si no fuera porque el comportamiento incívico de los moterillos no es sino reflejo de otros muchos que están a la orden del día y a los que, quizá, otro día dedique algunas líneas. Y porque no hay que olvidar que, tristemente, es raro el fin de semana en que no hay accidentes, algunos con consecuencias fatales. Estas dos circunstancias hacen del problema algo serio.

Por ello me pregunto: ¿no son conscientes los padres de estos chicos del riesgo que corren? ¿No se hacen cargo de que sus conductas son molestas? ¿Son padres o coleguillas? ¿Y la autoridad? ¿Comprende que cada amotillo que pasa enfada a doscientos vecinos? ¿Temen perder el voto de uno al que denuncian, y no se dan cuenta de que es más fácil que se desvíen los de los doscientos vecinos, multiplicados por cada pasada de las máquinas y sus jinetes? ¿Qué hay más, vecinos o amotillos?

Termino. Si alguno de ustedes, por tener la suerte de no sufrir este fenómeno, cree exagerado cuanto aquí digo, no dude en escribirme. Le puedo indicar al incrédulo lugar, hora y día en que puede comprobarlo. Eso sí, los tapones para los oídos corren de su cuenta. Por cierto, ¡ahí va uno!

Nota: de ésto sé yo algo. No en vano tuve responsabilidad como concejal en esta penosa materia. Si algún día me da por ahí les contaré anécdotas para llorar a moco tendido. Mea culpa también.

miércoles, 6 de diciembre de 2006

Hoy, día de la Constitución


No hay celebraciones en Zafra con motivo del día de la Constitución. Gana el puente. El caso es que, con la que está cayendo, no estaría mal que se hubiese organizado algún acto institucional que recuerde que el cimiento constitucional sigue uniendo piezas de ésto que algunos quieren convertir en un puzzle, y que tiene como nombre España. Rescato del archivo un artículo que me publicaron el 22 de diciembre de 2004 en el periódico "Hoy" (Sección de opinión "Tribuna Extremeña"). Brindo por España y su Constitución.

Parece que corren tiempos difíciles para lo español. A diario nos desayunamos con nuevas polémicas a cuenta de nación, nacionalidad, nacionalidades, derechos pretendidamente históricos, pretensiones exageradamente centrífugas y toda suerte de dislates y hasta de desvergüenzas.

Al ya clásico temor que algunos experimentan a nombrar a España por su nombre, o a lucir una insignia con la bandera constitucional o su escudo, no vaya a ser que los llamen fachas, se une ahora la no menos solemne majadería de ahondar en lo que nos separa y no de buscar lo que une. Lástima que esto, además, sea en buena medida consecuencia del desafortunado apego del Sr. Zapatero a determinados socios. La Moncloa no debiera valer un Carod.

¿Es que no podemos ser un país normal? ¿Es que aquí no quedan por solucionar problemas como el terrorismo o el paro, o el riesgo que corren nuestros intereses de todo tipo en las complicadas negociaciones con la Unión Europea? Para algunos, parece que no. A la sociedad española se le presentan debates doctrinales, fuera del ámbito académico y convenientemente maquillados, que incrementan la confusión; los ríos de tinta que corren como consecuencia del perenne debate sobre España nada tienen que envidiar al caudal del Amazonas. Y me temo que el debate no es el clásico “¿A qué llamamos España?”, sino otro que pudiera denominarse “¿Cómo nos cargamos España?”

¿Qué nos está pasando? ¿Por qué el consenso constitucional está en almoneda? ¿Por qué, después de veintiséis años de construido el edificio, en vez de pensar en modernizarlo razonablemente para ir con los tiempos, algunos, con grave irresponsabilidad, la emprenden a mazazos con sus paredes maestras?

Parece que al sentido común le resulta más fácil entender que se prospera cuando hay unidad, que la suma es mejor que la resta, que estamos construyendo una Europa de todos en la que no caben deserciones. Me da pena, a estas alturas del siglo XXI, que perdamos el tiempo en discutir fuera de tono nuestro ser en vez de esforzarnos en mejorar nuestro estar.

Por ello, quisiera pensar que la inmensa mayoría de los que habitamos en esta piel de toro –tan estoqueada, a veces– estamos más por el trabajo que por la doctrina, más por Europa que por los cantones, más por este siglo que por los señoríos medievales. Por mi parte, me encuentro, como tantos y tantos, entre los que tienen a gala ser españoles, entre los que asumen sin complejos su Historia –con luces y sombras, con aciertos y yerros aberrantes–, entre los que quieren aportar su humilde grano de arena para construir un futuro mejor.

Permítanme que me quede con unos versos de nuestro Jorge Guillén: “Nuestra invención y nuestro amor, España / Pese a los pusilánimes, / Pese a las hecatombes […]” Y, para terminar, y anticipando que me importa un bledo cómo me consideren algunos a los que tanta España produce sarpullido, un último verso de Guillén, perteneciente al mismo poema que los anteriores: “Queremos más España”.


Nota: en diciembre de 2003 organicé una conferencia para celebrar el XXV aniversario de nuestra Carta Magna. En aquellas fechas un servidor era presidente comarcal del Partido Popular. Tuve la ocurrencia de que en el acto no figurara ningún emblema de partido; en la propia conferencia así lo advertí: aunque el acto lo organizara un partido, no era un acto de partido. El salón del hotel Huerta Honda se llenó y todos disfrutamos con la charla que nos ofreción D. Gabriel Cisneros, ponente constitucional. Durante varios años he participado, también en representación de mi Partido, en charlas en colegios o institutos, experiencias realmente gratificantes. Hoy ya no tengo ninguna responsabilidad política, aparte de ser concejal, hasta que termine mi compromiso en mayo de 2007. Mi homenaje de hoy es como ciudadano. Nada más y nada menos que como ciudadano.

martes, 5 de diciembre de 2006

Mejor, Plaza del Rey

He presentado en el Ayuntamiento un escrito dirigido al Gobierno municipal, en el que solicito que S. M. el Rey tenga una plaza dedicada en Zafra, concretamente la del Pilar Redondo, donde se ubica el Ayuntamiento. ¿En qué quedará la cosa? ¿Tendrá el Gobierno local la sensibilidad precisa para reconocer la importancia histórica de la figura de Don Juan Carlos? ¿Y los otros grupos municipales, qué harán? A continuación transcribo el texto de mi propuesta.

La figura de S. M. el Rey, Don Juan Carlos I, representa sin lugar a dudas la voluntad cierta de mantener un compromiso firme y acreditado con el pueblo español. Su apuesta sin fisuras por el proceso democrático, hizo que el paso de la dictadura a una democracia plena se convirtiera en una gozosa realidad; su ejemplo alentó a los artífices de nuestra Transición, que supieron interpretar los deseos del pueblo de dejar atrás el pasado y afrontar con paso firme el camino de un futuro libre e incardinado en el conjunto de las democracias occidentales.

El compromiso del Rey queda particularmente refrendado por su comportamiento durante la vergonzosa jornada del 23 al 24 de febrero de 1981; el peligro real que padeció nuestra joven democracia fue conjurado por la firmeza de Don Juan Carlos, siempre convencido de que el pueblo español quería ser dueño de su propio destino. Esa noche empezó, quizá, a escribirse la historia española en clave del futuro siglo XXI, y no, como otras veces ocurrió, mirando hacia el pasado y sembrando el camino de afanes de revancha. Don Juan Carlos no sólo es, por tanto, impulsor de nuestra monarquía parlamentaria, sino garante de nuestra Constitución, esto es, de nuestra democracia.

Respecto de nuestra ciudad, no hay que olvidar que ha sido honrada en diversas ocasiones con la visita de Don Juan Carlos, tanto a título de príncipe, como ya investido Rey de España. De la vinculación con Zafra da cuenta el hecho de que ostenta el título de Alcalde Perpetuo.

Así pues, si como españoles hemos sido testigos de la apuesta del Rey por nuestra Transición, esto es, por el más plausible de los posibles escenarios tras el franquismo, como zafrenses hemos sentido el afecto del Rey y su Familia, en momentos tan señalados como la apertura de la Feria Internacional Ganadera del V Centenario, o posteriormente, con la visita de S. A. R. el Príncipe de Asturias.

No está de más, en mi opinión, el que el pueblo de Zafra, a través de sus legítimos representantes, reconozca la importancia de S. M. el Rey. Por ello, solicito a la Junta de Gobierno Municipal, que por el Ayuntamiento se honre a S. M., dedicándole la plaza que actualmente se denomina del Pilar Redondo, pasando a llamarla Plaza del Rey o Plaza de Juan Carlos I.

lunes, 4 de diciembre de 2006

El reloj atrasado

Siempre he pensado que la capacidad del nacionalismo para dar la tabarra es ilimitada; hasta tal punto que ya desborda todo lo imaginable, y nosotros, que creíamos haberlo vista todo, no dejamos de ir de sorpresa en sorpresa. Ahora resulta que en Galicia quieren atrasar la hora. Digan lo que digan, argumenten cuanto tengan por conveniente, no hay otra explicación: de cualquier modo hay que separarse de todo lo que huela a español; aunque compartamos huso horario con otros países occidentales, la hora de España no es buena.

Eso, atrasemos los relojes para que no llegue la hora de España, la de la unión, que siempre se dijo que hacía la fuerza, la del sentido común plasmado en una Constitución que servía hasta que Zapatero la puso en acoso y derribo. Sí señor, vayamos con otro reloj, que eso de España, ya sabemos, es sólo cosa de fachas.

En fin, que atrasen el reloj, si así son felices. Por mí como si quieren poner la hora de Pernambuco. Que sigan retrocediendo en el tiempo. Con un poco de suerte nos veremos en nuestras primigenias tribus y allí encontraremos la Arcadia perdida, todos bien segregaditos. Ni juntos ni revueltos. ¿Hay quien dé más?

domingo, 3 de diciembre de 2006

Ke kosas, kolega


(Me presta el artículo Amadeo de Argángary)
Me llama la atención, y ciertamente me hiere la vista, la forma en que muchos escriben algunas palabras de nuestra lengua castellana o española, bien sean nombres propios, bien otros vocablos. No me refiero a incorrecciones ortográficas, Dios nos libre, de las que todos podemos ser víctimas por error o por descuido, salvo que hayamos sido padecido la LOGSE (afortunadamente no tengo edad para ello), en cuyo caso aviados estamos, porque lo que debiera ser excepción parece que toma categoría de habitualidad.

Tampoco, aunque algo tiene que ver, me remitiré a ese lenguaje abreviado, casi críptico, con el que los adolescentes (y otros que dejaron atrás tan compleja edad), se envían mensajes a través de sus teléfonos celulares; costumbre que han extendido incluso a la comunicación escrita ordinaria. Lo mismo redactan una instancia que contestan las preguntas de un examen en esa jerigonza. Supongo, en este último caso, que salvo que el profesor o maestro sea progre, el alumno quedará suficientemente reprendido, para evitar que la simplicidad en el uso del lenguaje se convierta por simpatía en simpleza en el uso de las ideas; cuestión que, intuyo, debería preocupar a quienes enseñan, pues se supone que es preciso intentar que el alumno desarrolle un cierto sentido crítico. Una cosa es que uno abrevie en sus apuntes como Dios le dé a entender, y otra que a la hora de expresarse ante los demás todo pueda valer.

Pero no, no hablaré de ellos. Los que me impelen a tomar la pluma hoy son aquellos que han dado en escribir kamarada, o ke kieres, o kaka de la vaka. Cada vez veo más frecuentemente, en ciertos ámbitos, este uso espurio de la k. No quisiera equivocarme, pero por los sitios en los que veo este modo de escribir, interpreto que nos encontramos frente a nadadores contracorriente. Kontrakultura, acaso. Me parece que es un modo de proceder, bien de gentes muy modernas, bien de otras que, por lo que quiera que fuere, desean marcar distancias con el kastellano. Así, quien siempre se llamó Carlos, ahora pasa a ser Karlos. Claro, que quizá esto último sea un modo de adaptar un nombre propio en castellano a otra lengua autóctona. Lo digo porque me ha parecido conocer varios casos en personas del País Vasco. No sé si esto obedece a simple transcripción o a ese afán por distanciarse al que me refería.

Pero si de lo que se trata es de ser modernos, algo errados andan quienes tal cosa pretenden, porque el invento de escribir como se habla no es de ahora; ya en el Siglo XVII, el extremeño Gonzalo Correas, en su Ortografía Kastellana nueva i perfecta, y entre otras originalidades, defiende este uso, como del propio título del tratado se desprende. Este buen humanista no consiguió que Felipe IV diera carta de naturaleza a sus propuestas.

De modo que lamento arrojar agua fría sobre los que tienen a gala distinguirse por su modernidad, pero, como han visto, nihil novum sub sole. Sus aportaciones ortográficas no son nada recientes; de modo que les sugiero que busquen otras fórmulas que les permitan ser identificados como originales; eso sí, me permito decirles que la mejor aportación siempre viene de la mano de las ideas, no de la simple sustitución de caracteres.

Claro está, si de lo que se trata es de ser rebeldes, nada hay que objetar. Cada cual se rebela como quiere, o como puede. Ke eskriban komo kieran, que ese puede ser un buen desahogo ante este perverso sistema, en el que todo está tan mal, según algunos. Eso sí, que no nos falten kuarenta duros en el bolsillo, para tabako, kalimocho y otras gollerías. Krítica, sí, pero ke no me token mis vicios.

sábado, 2 de diciembre de 2006

Rol de cafres, 2

Un chaval de no más de diez u once años se dedica a hacer gestos obscenos a los automovilistas que van circulando por el centro de Zafra. La madre, tras él, no dice nada. ¿Ha visto al niño? ¿Prefiere no darse cuenta? ¿Se traumatizará el pequeño aprendiz de cafre si su mamaíta le llama la atención?

Claro, son cosas de niños. Alevín de cafre.

viernes, 1 de diciembre de 2006

Nota para ecologistas

A lo mejor los ecologistas están ahora muy ocupados con su oposición al proyecto de refinería que se pretende establecer en Tierra de Barros, si se cumplen las prevenciones legales. Por si disponen de algún hueco en sus agendas, les sugiero indaguen en una cuestión que ignoro si tienen estudiada y que, aunque pudiera parecer menuda, no es ninguna tontería, en mi humilde opinión.

Me refiero a las toneladas de papel que se desperdician todos los años en publicaciones oficiales, semioficiales, subvencionadas o privadas, cuyo definitivo destino es el cesto de los papeles.

En cualquier ayuntamiento, por poner un ejemplo que conozco de administración pública, se reciben cientos de folletos, revistas, catálogos, informes, memorias, estudios y propagandas. En muchos casos no llegan ni a ser desembalados de sus envoltorios plásticos. La inmensa mayoría de ellos a nadie importan; pero, aún en el caso de que su contenido resultase de interés, sería físicamente imposible disponer de tiempo para leer u hojear tamaño aluvión de papel cuché.

De la imprenta a la papelera. No es el más noble destino del papel impreso. Pero esta es la realidad. ¿No sería mejor que mentalizaran a los receptores sobre la necesidad de que escribieran a los remitentes, indicándoles lo inútil de tanto envío? Claro, esto tendría consecuencias diabólicas para tantos que tienen que justificar que su puesto de trabajo tiene sentido, amén de posibles protestas del noble gremio de impresores.

En fin, alguien debería calcular el equivalente en bosque quemado de tanto papel desperdiciado.

Rol de cafres


Nueva sección dedicada a describir comportamientos de la vida diaria, y que por obedecer a la categoría de groseros, incívicos o vandálicos, mercen que sus autores queden catalogados dentro del género de los cafres, siquiera provisionalmente. No obstante, los relapsos serán señalados convenientemente.

Estreno esta sección con un bochornoso comportamiento del que fui testigo hace un par de semanas, en la Colegiata de la Candelaria, abarrotada de gente con motivo de las confirmaciones.
En la zona trasera, donde hube de situarme, estaban sentados dos tortolitos de no más de dieciocho o diecinueve años. La ceremonia no tenía demasiado interés para ellos, según se infiere de la profusión de achuchones, arrumacos, picoteos y demás maniobras amatorias que los jóvenes practicaban. Evidentemente, nadie habrá explicado a los majaderos que las efusiones del amor tienen otros lugares más apropiados, y que lo que para ellos resulta agradable, para los demás es simplemente una falta de respeto monumental.

No siendo bastante con este espectáculo, algo más atrás una señora de poco más de cuarenta años se pasó todo el rato cotorreando a modo, sin molestarse siquiera en moderar la voz. Evidentemente, le resbalaban las miradas de reojo, las malas caras y demás manifestaciones de desagrado.

Ciertamente, no sólo son algunos jóvenes los que no saben comportarse según el lugar y el momento. Quedan adscritos a la categoría de cafres.