martes, 22 de junio de 2010

Vehículos oficiales II (y otras hierbas)

El caso es que los abusos no sólo se comenten con los coches. Menudean los ejemplos del uso del jet oficial, de los que se han recogido por la prensa buen número de ellos, durante gobiernos socialistas. Ahora se habla mucho de restricciones en el gasto. Pero la cosa no es nueva. Me permitirán que les transcriba un texto relacionado con los recortes de gastos corrientes. Nada nuevo bajo el sol:

"Para dar ejemplo de austeridad, los partidos de la mayoría aceptaron [...] la supresión de tres ministerios [...] y de cuatro subsecretarías y veinte direcciones generales [...] se regulaba, además, con todo rigor, la utilización de los automóviles oficiales, de los que se suprimieron más de trescientos. Las economías que se obtuvieron con estas medidas alcanzaron la cifra aproximada de cuatrocientos millones de pesetas. En cuanto a la remuneración de los funcionarios [...] si bien es cierto que reducían los sueldos elevados y se cercenaban innumerables abusos [...] no es menos exacto que los empleados modestos mejoraban su situación de un modo apreciable. Precisamente, la mitad de las cantidades amortizadas se destinará a mejorar las plantillas. Aspirábamos a que el sueldo mínimo fuera de cinco mil pesetas para los funcionarios, y de tres mil para los auxiliares".

La cita es de Gil Robles*, y se refiere a medidas adoptadas en aplicación de la denominada Ley de Restricciones, en 1935. El ministro de Hacienda era Chapaprieta.
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Gil Robles, José María. No fue posible la paz. Ariel, Barcelona, 1968; pp. 281-282.

miércoles, 16 de junio de 2010

Automóviles oficiales (I)

No caeré en la fácil demagogia de arremeter sin mesura contra el uso y disfrute de los coches oficiales. Pero el sentido común parece dictar que el abuso -como en todo- es repudiable y merece la crítica. Aquí, claro, quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Todos los que hemos estado en determinados ambientes hemos sido testigos de la imponente presencia de miríadas de estos autos estacionados, en tanto sus mecánicos aguardan a sus usufructuarios.
Yo padecí en determinada ocasión, y en Zafra, la pésima educación de un alto cargo que, tras acudir a un acto oficial, fue a tomar unas copas a un celebérrimo establecimiento local, en zona céntrica. Al salir le esperaba su chófer con el coche en marcha, en la misma puerta del local citado, impidiendo la circulación del resto de los usuarios de la vía, entre los que me encontraba. Tras aguardar un prudente rato hice sonar el claxon, a ver a ver si la autoridad, que estaba de franca cháchara con otros junto a su coche en marcha, se decidía a subir y nos dejaba pasar a los demás.
Nada. No había manera. Varias veces más hice sonar la bocina, y ni por esas. El señorito seguía su charla mientras, supongo, el sufrido conductor estaría de los nervios, no es para menos; por lo visto, la autoridad tenía todo el derecho del mundo a entorpecer al resto de los ciudadanos (sus jefes, los que pagan el cochecito). Así permaneció un buen rato. Cuando se decidió a perdonarnos la vida, subir al haiga y largarse, me dedicó una mirada chulesca y ridícula.
¡Cuánto me hubiera gustado que el muy majadero supiera leer los labios!
(Continuará)

domingo, 6 de junio de 2010

Antecedente zafrense del copago


No es nuevo el debate sobre el denominado copago sanitario. Se lanzaron globos-sonda por el Gobierno de Felipe González -lo recogía el célebre Informe Abril- y no faltó la discusión también en la época de Aznar. Pero la cosa viene de más atrás. De hecho, tenemos un precursor en Zafra, el célebre oftalmólogo José Viñuela (q.e.p.d.), quien en un artículo publicado en "Hoy" el 21 de mayo de 1966, hace ya más de cuarenta y cuatro años, defendía el pago de una cantidad por atención médica o por receta, según el sistema inglés.
En este artículo también anticipaba Viñuela la necesidad de un Ministerio de Sanidad, que años después fue realidad.
Vemos, pues, que debates que parecen tan modernos no lo son y que, cuatro décadas después, nadie ha puesto los cascabeles al gato, si es que hay que ponérselos, que es cuestión a valorar.

Nota: disculpen la autocita, pero esta infomación la extraigo de mi libro "Hospital de Zafra. Apuntes para una Historia", en cuyas páginas 19, 265, 306 y 457, hago referencias breves a la espinosa cuestión.

jueves, 3 de junio de 2010

Una cita

Ni me gustan los libros de citas célebres, ni en mi humilde biblioteca hay ninguno, que yo recuerde. Aunque suelo usarlas en algunos de los artículos que publico donde puedo, me niego a comprarme ningún "manual" para intercalar ocurrencias que vengan al caso. Mi método es distinto: anoto en cuadernos aquello que leo en prensa o libros y que llama mi atención; incluyo en las anotaciones citas recogidas por el autor al que leo. No pocas veces una frase más o menos redonda me ha servido de inspiración para un articulito.
Hoy he subrayado varios párrafos de un breve ensayo de D. Gregorio Marañón, Liberarismo y Comunismo, publicado en 1937. Me quedo con una reflexión que goza de plena validez. Ahí la llevan:

El hombre de formación política considera como una humillación y como un suicidio el proclamar una equivocación.