miércoles, 13 de marzo de 2013

Francisco I

Le tomo la fotografía a ABC.es
Poco después de las siete de la tarde, en un tiempo en que las últimas tecnologías nos anonadan, la Santa Seda, fiel a su tradición, nos anuncia con señales de humo la buena nueva: la Iglesia -no sólo la institución, toda la comunidad católica- tiene nuevo papa. Gaudium magnum. Y en la plaza de San Pedro el júbilo es total. Se suceden aplausos, vítores, flamean banderas, hay rezos, cánticos, emoción... Se grita ¡viva el Papa!, y nadie conoce quién es el elegido.
Les confieso que, dejando de lado mi propia emoción, no puedo dejar de hacerme una reflexión: ¿dónde, cuándo, una masa enfervorizada aclama a alguien electo, sin saber de su identidad ni de su personalidad? ¿Se imaginan el escrutinio de unas elecciones generales, llevado en secreto, mientras a las puertas todos aplauden al futuro presidente, sea quien fuere?
Mi disculparán esta digresión. Ya sé que no son comparables ambas situaciones. Pero no puedo dejar de pensar en la capacidad de atracción de ese poder meramente espiritual. En tiempos tan complicados (en verdad, ¿alguna vez los tiempos no fueron complicados?), se agradece que lo inmaterial, la fe, la esperanza, asomen, y no solo por el magno balcón de San Pedro.
En fin, me gusta que sea hispanoamericano, que sea tan humilde como dicen, que sea jesuita (esto me gusta bastante), que se llame Francisco (sea por el de Asís o por el de Javier)... Pero me hubiera gustado igual cualquier otro. Al fin y al cabo, aquí no tienen por qué intervenir parámetros como los que valoramos en otros ámbitos. El Papa es pastor de un inmenso rebaño, con toda clase de ovejas. Estoy convencido de que la mayoría se sentirá bien guiada. Después están los que no son ovejas del rebaño, pero quieren que el pastor piense como ellos. Bueno, pues no pasa nada. La Iglesia tiene sus tiempos, sigue sus caminos, no las modas. Digo yo. Sea como fuere, ¡viva el Papa!