lunes, 21 de agosto de 2017

De camino a Santiago (I)

Moderno (y estético) símbolo que identifica el Camino.
Por motivos que sólo a un servidor y a su cónyuge conciernen (les doy una pista, Santiago sigue siendo el patrón de España), hemos decidido emprender viaje a pie desde Zafra hasta Compostela  Lo vamos haciendo fraccionando el recorrido para, en función del tiempo disponible, ir completando etapas. Desde el otoño pasado hasta mediados de agosto hemos conseguido llegar a Zamora, lo que supone acercarnos a la mitad del recorrido. Aún queda mucho, y desde luego estamos impacientes por reemprender, en cuanto podamos, el viaje.
Huelga decir que no describiré aquí ni caminos ni paisajes, para eso hay plumas mejor dotadas y documentadas. De modo que me limitaré a dejar constancia de nuestro entusiasmo después de haber cruzado arroyos y grandes ríos; de habernos pateado dehesas de infinita belleza de Extremadura y de Salamanca; de haber andado por carreteras nacionales y comarcales; de haber sentido el agobio de recorrer polvorientos caminos junto a interminables campos de cereales; de haber subido y bajado por senderos que intuyo serían del total agrado de las cabras...
Hemos pernoctado en pueblos, aldeas y ciudades, siempre en hoteles modestos, hostales y casas rurales: sé que a los fetén esto les puede parecer inadecuado, porque lo prístino y loable es hacerlo en albergues, pero esa incomodidad me la evito, que para eso ya hice la mili, y sé lo que es dormir junto con otros ciento. Además, cada cual patea el camino con el espíritu que prefiere, y el que quiera establecer comunicación con los otros peregrinos hace bien, pero no es mi caso, aunque no desdeño charlar con quien me encuentro.
Hemos pasado algo de frío y bastante calor; hemos abordado etapas de más de 40 kilómetros y, por el insobornable Lorenzo, nos hemos visto obligados a acortar un par de ellas. Hemos caminado al lado de vacas con sus terneros y de toros (no bravos, sean dadas gracias a Dios y al apóstol), y en una ocasión hubimos de esperar a que una parsimoniosa rumiante tuviera a bien dejarnos continuar. Y hemos debido retroceder porque un cafre inenarrable dejó unos perros sueltos a nuestro paso: menos mal que el desaprensivo acudió a encerrarlos, aunque el susto no hay quien te lo quite.
Hemos comido bocadillos y también disfrutado de la comida absolutamente casera de algunos bares de aldeas, con importante abasto de huevos camperos, pan de primera y buen vino, magníficamente atendidos por los dueños de los bares familiares; y también hemos soportado la atención al por mayor y algo desaprensiva de algún camarero de ciudad de postín que se cree por encima del turista que le paga el salario.
En fin, que hemos vivido una experiencia única y, si me lo permiten, muy recomendable. Ciertamente, nada tiene que ver el peregrino moderno con el que siglos atrás emprendía el camino movido por una fe que, si no movía montañas, sí ayudaba a superarlas; aquéllos no disponían de flechas amarillas, ni de gepeeses y demás virguerías. Empero, y a pesar de las comodidades, los pasos hay que darlos, uno a uno, en una sucesión de miles, subiendo y bajando, trepando y refrenando bajadas disparatadas. De modo que si algún curioso lector se anima a echarse a los senderos polvorientos, déjeme que le recomiende que prepare su físico y, tan importante o más que las piernas y el fuelle, disponga su mente para la empresa.
En fin, me permitirán que les ponga aquí algunas fotografías comentadas, todas ellas tomadas por mí mismo, lo que advierto para que disculpen la no excesiva calidad, y a título de anécdotas. Ya saben que me gusta encontrar en las cosas del día a día algún motivo para la crítica y para el humor. En otros lugares encontrarán bellísimos paisajes y edificios monumentales magistralmente descritos (aunque entiendo que la cosa tiene que ver más con lo espiritual que con lo plástico) y acertadísimas reflexiones sobre el Camino. Mi empeño es mucho más modesto. Empiezo en la siguiente entrada a ponerles las fotos. Vale.





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