jueves, 30 de noviembre de 2006

Denle al pico, que es sano

(Prestado por Amadeo de Argángary) Ilustración: "La alcahueta". Vermeer.

Señoras y señores, jóvenes y jóvenas, niños y niñas. Se acabó aquello de “en boca cerrada no entran moscas”. Ha prescrito la sabiduría de Confucio, que sancionaba que “la amistad con charlatanes es perjudicial”. ¡Viva Santa Catalina de Alejandría!, santa patrona de la elocuencia. Reimprímase la epístola moral de Quevedo a Olivares: “No he de callar, por más que con el dedo…”

Leo, impresionados lectores, que el New York Times, cosa seria, dice que el cotilleo es beneficioso para la salud. Según parece, sesudos investigadores han concluido que entre un quinto y dos tercios de nuestra conversación son puras habladurías. Que cotillear poco puede ser insano. Que darle al pico puede prevenir estados depresivos leves entre los adolescentes; que estos aprenden, gracias al cotilleo, “lecciones de la vida que no les enseñan en clase! ¡La repera, oiga!

Durante años, he oído decir que la murmuración no es buena. Que debíamos ser serios. Que repugna al buen gusto ir por ahí con chismes de los demás. Y ahora resulta que hemos ido contra la ciencia, porque contraponíamos una cuestión moral, o si prefieren de simple urbanidad, a la salud mental de las personas. ¡Cuán torpes hemos sido!

En un pueblo de Extremadura, Villafranca de los Barros, a los curiosos los llaman “letrados”. Y cuando alguno curiosea, se dice que “está siendo letrado”, pronúnciese “letrao”. Hay letraos proverbiales, que conocen todos los chismes habidos y por haber de la vecindad. Todos hemos conocido a vecinas que hacían vida tras las puertas entornadas de sus casas, al acecho del paso de todo bicho viviente, para oír y para ver, que lo que se escucha, acompañado de la que entra por los ojos, hace mejor idea de las cosas. Pululan por ahí curiosos compulsivos que, de un modo absolutamente impertinente, te preguntan sin pudor sobre todo aquello que tienen por conveniente, sin cortarse un pelo.

En fin, si la ciencia lo dice, preciso será creérselo. Pero, eso sí, hago una advertencia: hay curiosos más miserables que impertinentes, que usan el cotilleo para la murmuración, para el descrédito de los demás. Estos tipejos maledicentes, que si se muerden se envenenan, no se merecen el amparo científico. Porque su enfermedad, que es la estupidez o la envidia, vaya usted a saber, no tenemos por qué curarla los demás. Que se hagan tratar por el seguro de enfermedad, o que se fastidien, allá ellos. Pero si se me pone por delante alguno de estos ejemplares, no tendré remordimiento en despachar al camandulero, aplicando eso tan clásico que reza “el que habla lo que no debe, oye lo que no quiere”. A pesar de la ciencia, ustedes perdonen.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los lenguarones/as son legión