sábado, 25 de noviembre de 2006

Hikikomoris


(De Ambrosio de Argüelles)
Disculpen los amables lectores por el título del artículo de hoy. Ya sé que les ha de resultar estrambótico; seguro que tanto como a un servidor. Pero no es menos extraña la conducta que describe este término de origen japonés: se trata de jóvenes de entre veinte y treinta años, que se encierran en casa bien provistos de Internet, playesteision y, supongo, de algunas gollerías de su gusto, y no salen para nada. Viven, como tantos bohemios, de noche. Evidentemente, duermen de día.

Recuerdo que hace ya quince o dieciséis años, apareció otro fenómeno, que creo se denominaba cocooning –algo así como convertirse en un capullo o hacer un capullo; ustedes perdonen, pero es que cocoon es capullo en inglés–; en este caso, si la memoria no me falla, se trataba de personas con sus vidas ya asentadas, que se encontraban sumamente a gusto en sus casas, en las que disponían de todas las comodidades al uso, y no encontraban aliciente, por tanto, en salir a la calle. Supongo que, además, les movería algún interés en ahorrar; ya sabemos que en las ciudades el nivel de vida suele ser elevado, y creo que éste era un fenómeno eminentemente urbano.

Evidentemente, los dos casos son manifestaciones distintas, aunque revistan formas parecidas. Me parece, por lo demás, que son poco inteligibles para los españoles, que pasamos media vida en la calle, donde somos felices, sobre todo en las noches de verano. De modo que, desde esa dificultad para comprender estas cosas, uno se pregunta qué es lo que tiene que ocurrir para que uno se aísle de tal modo que no quiera saber nada de lo que ocurra fuera, salvo lo que entra por la vía telemática.

Dicen algunos que es cosa de la excesiva presión competitiva. En Japón, quizá en mayor medida que en otros países occidentales u occidentalizados, parece que viven para trabajar. Y previamente, han de obtener el éxito formativo, imprescindible para acceder al social. Así, los hikikomoris son jóvenes angustiados por el exceso de competitividad. Los del cocooning (vaya tela con las cosas tan difíciles que tengo que escribir hoy, oiga), por su parte, quizá sean yuppies (¿se acuerdan ustedes de ellos, estuvieron muy de moda) angustiados por cotizaciones en bolsa. En cualquier caso, gentes bajo presión. De modo que la pregunta es: ¿merece la pena una sociedad en la que cada vez hay más alienados? ¿Qué hay que hacer con ella para humanizarla? ¿Les serviría de algo importar nuestras costumbres tan extrovertidas?

¡Vaya usted a saber! Lo que no admite duda es que la presión requiere de válvulas de escape, y no siempre éstas se encuentran en el aislamiento. Ya conocemos la droga, la violencia juvenil, el gamberrismo urbano. ¿Tendrán algo que ver con la competitividad social? Desde luego, por lo que se refiere a la presión en el sistema educativo, los españoles podemos estar tranquilos. Salvo que Dios obre algún milagro, la LOGSE se reencarnará en alguno de los experimentos educativos que el gobierno socialista tiene entre manos. Y ya sabemos que el espíritu de esa Ley parece ser no molestar mucho a los niños, no hacerlos trabajar demasiado. A lo mejor es que cuando se redactó ya conocían a los hikikomoris.

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