Democracia audiovisual
Los partidos están convencidos de que una imagen vale más que mil palabras, y por eso no dudan en invertir millones en la confección de vídeos promocionales o denigratorios, modernas recidivas del NO-DO. La imagen, aunque sea falsa, se ha convertido en fundamental y ahora cualquier acto público se convierte en un hervidero de gente colocando cables, focos, cámaras y decorados. Esto del escenario bien bonito queda guay y el que se sube a él también. Lo que está a la vista ha de ser medido, programado y cuidado al detalle.
Bien lo decía Pemán: “ahora son posibles muchas cosas políticas porque existen el televisor, la radio y el reactor”. Ciertamente, la televisión, sobre todo la televisión, es la principal aliada o enemiga del político.
El problema puede venir si la forma enmascara al fondo, como una salsa fuerte al mal pescado, de tal modo que los brillos mediáticos se conviertan en ruido y el mensaje se difumine en medio del espectáculo. Esto no viene mal a quienes tienen pocas ideas que exponer. Pero los que las tienen claras también se rinden a la tiranía del escenario. Bien estudiado tienen que tener el efecto de tanto oropel entre el público.
Me desazona el que al final el ciudadano-votante, deslumbrado por tanto esplendor, se convierta en un mero objeto cuya inteligencia sea lo de menos y lo de más el extraerle su voto. Algunos espectáculos políticos son hipnóticos. Nada más deseable que una masa en trance. Quizá alguien haya publicado algo sobre esta cuestión. Sería interesante leerlo.
Sea como fuere, los que no se envuelven en el espectáculo audiovisual suelen sumirse en la perplejidad, sobre todo cuando se trata de guerras en las que bien lo manifiesto, bien lo subliminal, no pasa de ser un burdo manejo; mientras tanto, los productores obtienen pingües beneficios y las legiones de asesores de los aparatos se justifican a sí mismas.
Bien lo decía Pemán: “ahora son posibles muchas cosas políticas porque existen el televisor, la radio y el reactor”. Ciertamente, la televisión, sobre todo la televisión, es la principal aliada o enemiga del político.
El problema puede venir si la forma enmascara al fondo, como una salsa fuerte al mal pescado, de tal modo que los brillos mediáticos se conviertan en ruido y el mensaje se difumine en medio del espectáculo. Esto no viene mal a quienes tienen pocas ideas que exponer. Pero los que las tienen claras también se rinden a la tiranía del escenario. Bien estudiado tienen que tener el efecto de tanto oropel entre el público.
Me desazona el que al final el ciudadano-votante, deslumbrado por tanto esplendor, se convierta en un mero objeto cuya inteligencia sea lo de menos y lo de más el extraerle su voto. Algunos espectáculos políticos son hipnóticos. Nada más deseable que una masa en trance. Quizá alguien haya publicado algo sobre esta cuestión. Sería interesante leerlo.
Sea como fuere, los que no se envuelven en el espectáculo audiovisual suelen sumirse en la perplejidad, sobre todo cuando se trata de guerras en las que bien lo manifiesto, bien lo subliminal, no pasa de ser un burdo manejo; mientras tanto, los productores obtienen pingües beneficios y las legiones de asesores de los aparatos se justifican a sí mismas.
1 comentario:
a mi me gustaba el nodo.
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