sábado, 4 de agosto de 2007

¡Abajo con el toro!


Nacionalistas e inonoclastas de pura cepa, unos maulets o como demonios se llamen, han derribado el último toro de Osborne que permanecía en pie en Cataluña. Evidentemente, si el toro fuera un mero anuncio, no tendría mayor trascendencia la cosa, más allá del reproche moral y jurídico que merece todo acto vandálico. Pero como resulta que el archiconocido cornúpeta es ún símbolo que evoca con claridad a lo español, hasta el punto que en muchas banderas sustituyen el escudo por su silueta, no hay que permitirle que permanezca en pie. El toro ha sido abatido con una de las peores alevosías posible: la de la estulticia disfrazada de cosa política.
No sé si ahora irán a cargarse los grupos electrógenos que el ejército de España ha instalado en Barcelona para dar corriente a los damnificados por el apagón de hace días. Ya, lo sé, ésto que acabo de decir es demagógico. Pero es mejor una pequeña dosis de demagogia que un exabrupto, que es lo que me pedía el cuerpo.
Supongo que la inmensa mayoría de los catalanes, de los que se predica el seny, y que comprenden que juntos se va mejor que no separados, habrán evaluado a los atrevidos abatidores de toros de un modo muy negativo: suspenso sin paliativos. Por mi parte, me atrevo a reclamar la vuelta a los corrales. Pero no del toro, sino de esos maletillas que jamás llegarán a toreros.

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