lunes, 5 de abril de 2010

De Giocondas y ranas

Benditos sean los modernos medios de transporte e infraestructuras de todo tipo, que nos permiten desplazarnos con cierta comodidad y hacernos presentes en un periquete en lugares distantes cientos de kilómetros de nuestra Zafra, para dar satisfacción a esa necesidad que algunos sentimos de viajar, de conocer sitios, de embebernos de historia, arte, gente, gastronomía..

Mediado marzo, un grupo de amigos hemos estado de visita turística en París. Quizá les comente algunas anécdotas en otras entradas. Hoy me limito a constatar que he visitado el Louvre, de lo cual dan testimonio varias fotos y películas, y que he intentado contemplar la Gioconda. Misión imposible. Lo más solicitado del museo más visitado está asediado, blindado, acordonado... Un gentío provisto de cámaras se interpone. No hay modo de apreciar la pintura de Da Vinci. Bueno está, en mi biblioteca no faltan reproducciones y explicaciones que puedo leer con comodidad. Y, desde luego, lo que es verla, la he visto. A diez o doce metros, pero la he visto. Misión cumplida.

Un par de semanas después me doy un garbeo por Salamanca, ciudad que no conocía, y que me parece encantadora. Disfruto del magnífico casco histórico y de algunos de sus monumentos y, por supuesto, me acerco a contemplar la fachada plateresca de la Universidad. ¿Con qué resultado? Imagínense. Un ciento de personas agolpadas buscando una puñetera rana que está posada sobre una calavera, y que hay que descubir para no sé cuántas historias. Imposible apreciar los detalles de esa fachada que bien pudiera ser un retablo. Eso sí, he estado allí. Y, qué le vamos a hacer, he visto la rana. Prueba superada.






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