domingo, 18 de enero de 2009

Mingote, 90 años



Cumple hoy Antonio Mingote 90 años, 55 de los cuales ha dedicado, a diario, a publicar sus viñetas en ABC. 20.280, exactamente, desde que empezó sus colaboraciones el 19 de junio de 1953. He escogido para ilustrar la entrada de hoy la que publicó en 1955 y rescató el 30 de enero de 2007. La conservo recortada y creo que no pierde actualidad. Por mi parte, transcribo a continuación un artículo que publicó Ambrosio de Argüelles hace unos cinco años, esperando no le moleste que piratee su texto. Todo sea en homenaje a nuestro Mingote, al que ambos admiramos sin límites, y cuyo apellido da título al artículo. Allá va. Muchas felicidados, don Antonio, y que Dios le guarde.

En un reciente viaje a Madrid he tenido el privilegio de acudir a la exposición que conmemora los 50 años del trabajo en ABC del humorista y académico. En ella se pueden contemplar cientos de dibujos del maestro, fruto del trabajo y del ingenio más agudo.
Por cierto, como Mingote trabaja para ABC, periódico del que soy asiduo lector hace décadas, no quiero dejar de referirme a este medio, que ahora celebra su centenario: en mi modesta opinión es un referente claro de humanismo, liberalismo, buen gusto y defensa inteligente de la monarquía española. Para mí que es toda una escuela.
En fin, vuelvo al tema de hoy. Dicen que los chistes de Mingote son auténticos editoriales y no seré yo quien lo ponga en duda. En pocas palabras y con unos cuantos trazos nos retrata la realidad, nos hace reír, sonreír, pensar y, si se tercia, hasta llorar. No necesita de muchas cuartillas para darnos sus argumentos y convencernos; su pensamiento, su razón, su profundidad, se hacen obvios de un solo vistazo. Y este pensamiento es lúcido, vital, intenso y siempre actual.
De entre sus historietas me quedo con algunas relacionadas con las libertades o con la cosa política, como esa del troglodita que, aplastado por una enorme piedra (excepto la cabeza), tiene que soportar cómo otro coetáneo le espeta algo así como que claro que tiene libertad de pensamiento, que no ve que le pase nada en la cabeza. Sencillamente genial.
Otras me resultan inquietantes, como esa serie de dibujos en los que se hacen protagonistas unas escaleras que no conducen a ninguna parte, como no sea al vacío, al caos, a la nada del principio o al principio de la nada. Reales, quizá, como la vida misma.
Pero de entre todos los dibujos de la exposición quiero destacar uno que me impresionó: un albañil aparece sentado en lo alto de un edificio en construcción, con sus piernas colgando en el vacío, entre un bosque de columnas de hormigón armado. Se ve al hombre tranquilo, plácido, sosegado, se diría que discretamente feliz. Junto a él, entre tanta uniformidad, una pilastra rematada con un capitel clásico, creo que corintio.
Este dibujo me llegó al alma. Para mí que el punto de rebeldía y creatividad del humilde albañil es, quizá, el ideal del minuto de gloria que todos buscamos. O tal vez, una alegoría de la búsqueda de la belleza como contrapunto a la mediocridad imperante. Acaso un sueño, una ilusión sin sentido; o, más bien, el aura de un espíritu que quiere volar. O, si les parece, búsquenle cualquier otra interpretación.
Pero el obrero se sienta y descansa; ha dado de sí más de lo que se espera. Es más, algo radicalmente distinto a lo que de él se espera en su faena monótona. De lo gris ha obtenido belleza. En un universo de encofrado ha esculpido armonía y clasicismo. Y todo ello nos lo insinúa el artista sin necesitar de una sola palabra.
La releche. Bendita ilusión. Bendito Mingote.

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