viernes, 16 de noviembre de 2012

Y ahora, el Día de Acción de Gracias.

Una empresa española ha puesto en el mercado unos pavos precocinados destinados a la celebración del Día de Acción de Gracias. Me parece una fenomenal iniciativa empresarial, que alabo, y a la que deseo suerte. Hacen falta inversores que levanten nuestra tullida economía.
Dicho esto, y con el mayor de los respetos hacia los originales empresarios, les confieso que mi tendencia al aburrimiento adquiere en estas fechas proporciones colosales. A saber: olvidadas las antiguas cestitas de nuestra típica chaquetía, con sus castañas, higos, nueces, con las imprescindibles bollas (por lo menos en mi pueblo), hemos padecido durante una semana el tostón de niños y no tan niños disfrazados de monstruos por cuenta de la espantosa jalogüín de las narices. Hasta un mocoso se atrevió a plantearme el apasionante dilema "truco o trato"; no reproduciré la respuesta, si bien, en mi descargo, les diré que ignoraba qué se hace en esos casos, cosa que amigos magníficamente informados de las cosas modernas (porque han visto diez mil películas, supongo) me aclararon. Pasemos de largo. Pues bien, no conformes con semejante adefesio de fiesta, ahora parece que nos proponen celebrar otra que, como todos sabemos, es española desde tiempos inmemoriales, ¿no?
Bien está que vendan pavos, que inviertan, que ganen dinero las empresas. Nos hace mucha falta. Pero entre el dichoso Papá Noel, o Santa Claus, o simplemente Santa que nos sale ya hasta en la sopa, el jolgorio de disfraces de Todos los Santos y ahora el thanksgiving day, o como demonios se escriba, estoy hasta el gorro.
Seguro que esto no acabará aquí y que el Gobierno no tardará en adoptar una medida, desgraciadamente ignorada hasta ahora, que hará nuestra felicidad: que las elecciones se celebren el primer martes, después del primer lunes, del mes que les salga de las narices, ea. Que aquí los pavos se han comido de toda la vida por Navidad, sin tantas gaitas. Digo yo.

No hay comentarios: