sábado, 19 de mayo de 2007

Gerard de Rambouillet

De entre las cosas que me llenaron de satisfacción durante mis ocho años como concejal de Zafra, quiero destacar hoy mi humilde colaboración para que el hermanamiento entre Rambouillet y Zafra se hiciese realidad.

No voy hoy a hablar de las ventajas del hermanamiento; además, ya publiqué en su día un artículo en prensa. Pero sí quiero recordar que en Rambouillet he encontrado unas personas con unas cualidades realmente impresionantes. Por ejemplo, Gerard Larcher, alcalde la primera vez que visité la ciudad francesa. Cuando volví había cedido la alcaldía a Jean Fréderic Poisson, puesto que lo habían nombrado Ministro de Trabajo.

Larcher es político en estado puro. Su humanidad arrolla y la gente lo quiere. Sus mayorías no son absolutas, son aplastantes. Su ciudad es ejemplo de dinamismo y su sucesor, Jean Fréderic Poisson, es un dignísimo alcalde.

En mi segunda visita a Rambouillet, en la que un servidor ya sólo iba como concejal, no como teniente de alcalde, y Larcher ya era ministro, nos invitó a cenar en el Ministerio, y tuvo el detalle de nombrar mi gestión en el proceso de hermanamiento. El marco de solemnidad, de Grandeur, no impide al ministro mostrarse con toda su campechanía. La gente lo quiere, y los que lo hemos conocido no podemos sustraernos a su magnetismo: lo mismo presenta a la reina de las fiestas del Muguet en el escenario, que, bajo la lluvia, se dirige a los concursantes en un concurso de carrozas con tono festivo y directo.

Larcher es todo lo contrario al estiramiento, al afeite, a la impostura. Larcher es una voluminosa humanidad al servicio de su pueblo, sin necesidad de máscaras.

Créanme, si alguna vez viene por Zafra, no pierdan la oportunidad de conocerlo. Es un gran ejemplo para todos. Y, aunque no habla español, su bonhomía no precisa de intérprete.

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