Hoy, día de la Constitución
No hay celebraciones en Zafra con motivo del día de la Constitución. Gana el puente. El caso es que, con la que está cayendo, no estaría mal que se hubiese organizado algún acto institucional que recuerde que el cimiento constitucional sigue uniendo piezas de ésto que algunos quieren convertir en un puzzle, y que tiene como nombre España. Rescato del archivo un artículo que me publicaron el 22 de diciembre de 2004 en el periódico "Hoy" (Sección de opinión "Tribuna Extremeña"). Brindo por España y su Constitución.
Parece que corren tiempos difíciles para lo español. A diario nos desayunamos con nuevas polémicas a cuenta de nación, nacionalidad, nacionalidades, derechos pretendidamente históricos, pretensiones exageradamente centrífugas y toda suerte de dislates y hasta de desvergüenzas.
Al ya clásico temor que algunos experimentan a nombrar a España por su nombre, o a lucir una insignia con la bandera constitucional o su escudo, no vaya a ser que los llamen fachas, se une ahora la no menos solemne majadería de ahondar en lo que nos separa y no de buscar lo que une. Lástima que esto, además, sea en buena medida consecuencia del desafortunado apego del Sr. Zapatero a determinados socios. La Moncloa no debiera valer un Carod.
¿Es que no podemos ser un país normal? ¿Es que aquí no quedan por solucionar problemas como el terrorismo o el paro, o el riesgo que corren nuestros intereses de todo tipo en las complicadas negociaciones con la Unión Europea? Para algunos, parece que no. A la sociedad española se le presentan debates doctrinales, fuera del ámbito académico y convenientemente maquillados, que incrementan la confusión; los ríos de tinta que corren como consecuencia del perenne debate sobre España nada tienen que envidiar al caudal del Amazonas. Y me temo que el debate no es el clásico “¿A qué llamamos España?”, sino otro que pudiera denominarse “¿Cómo nos cargamos España?”
¿Qué nos está pasando? ¿Por qué el consenso constitucional está en almoneda? ¿Por qué, después de veintiséis años de construido el edificio, en vez de pensar en modernizarlo razonablemente para ir con los tiempos, algunos, con grave irresponsabilidad, la emprenden a mazazos con sus paredes maestras?
Parece que al sentido común le resulta más fácil entender que se prospera cuando hay unidad, que la suma es mejor que la resta, que estamos construyendo una Europa de todos en la que no caben deserciones. Me da pena, a estas alturas del siglo XXI, que perdamos el tiempo en discutir fuera de tono nuestro ser en vez de esforzarnos en mejorar nuestro estar.
Por ello, quisiera pensar que la inmensa mayoría de los que habitamos en esta piel de toro –tan estoqueada, a veces– estamos más por el trabajo que por la doctrina, más por Europa que por los cantones, más por este siglo que por los señoríos medievales. Por mi parte, me encuentro, como tantos y tantos, entre los que tienen a gala ser españoles, entre los que asumen sin complejos su Historia –con luces y sombras, con aciertos y yerros aberrantes–, entre los que quieren aportar su humilde grano de arena para construir un futuro mejor.
Permítanme que me quede con unos versos de nuestro Jorge Guillén: “Nuestra invención y nuestro amor, España / Pese a los pusilánimes, / Pese a las hecatombes […]” Y, para terminar, y anticipando que me importa un bledo cómo me consideren algunos a los que tanta España produce sarpullido, un último verso de Guillén, perteneciente al mismo poema que los anteriores: “Queremos más España”.
Al ya clásico temor que algunos experimentan a nombrar a España por su nombre, o a lucir una insignia con la bandera constitucional o su escudo, no vaya a ser que los llamen fachas, se une ahora la no menos solemne majadería de ahondar en lo que nos separa y no de buscar lo que une. Lástima que esto, además, sea en buena medida consecuencia del desafortunado apego del Sr. Zapatero a determinados socios. La Moncloa no debiera valer un Carod.
¿Es que no podemos ser un país normal? ¿Es que aquí no quedan por solucionar problemas como el terrorismo o el paro, o el riesgo que corren nuestros intereses de todo tipo en las complicadas negociaciones con la Unión Europea? Para algunos, parece que no. A la sociedad española se le presentan debates doctrinales, fuera del ámbito académico y convenientemente maquillados, que incrementan la confusión; los ríos de tinta que corren como consecuencia del perenne debate sobre España nada tienen que envidiar al caudal del Amazonas. Y me temo que el debate no es el clásico “¿A qué llamamos España?”, sino otro que pudiera denominarse “¿Cómo nos cargamos España?”
¿Qué nos está pasando? ¿Por qué el consenso constitucional está en almoneda? ¿Por qué, después de veintiséis años de construido el edificio, en vez de pensar en modernizarlo razonablemente para ir con los tiempos, algunos, con grave irresponsabilidad, la emprenden a mazazos con sus paredes maestras?
Parece que al sentido común le resulta más fácil entender que se prospera cuando hay unidad, que la suma es mejor que la resta, que estamos construyendo una Europa de todos en la que no caben deserciones. Me da pena, a estas alturas del siglo XXI, que perdamos el tiempo en discutir fuera de tono nuestro ser en vez de esforzarnos en mejorar nuestro estar.
Por ello, quisiera pensar que la inmensa mayoría de los que habitamos en esta piel de toro –tan estoqueada, a veces– estamos más por el trabajo que por la doctrina, más por Europa que por los cantones, más por este siglo que por los señoríos medievales. Por mi parte, me encuentro, como tantos y tantos, entre los que tienen a gala ser españoles, entre los que asumen sin complejos su Historia –con luces y sombras, con aciertos y yerros aberrantes–, entre los que quieren aportar su humilde grano de arena para construir un futuro mejor.
Permítanme que me quede con unos versos de nuestro Jorge Guillén: “Nuestra invención y nuestro amor, España / Pese a los pusilánimes, / Pese a las hecatombes […]” Y, para terminar, y anticipando que me importa un bledo cómo me consideren algunos a los que tanta España produce sarpullido, un último verso de Guillén, perteneciente al mismo poema que los anteriores: “Queremos más España”.
Nota: en diciembre de 2003 organicé una conferencia para celebrar el XXV aniversario de nuestra Carta Magna. En aquellas fechas un servidor era presidente comarcal del Partido Popular. Tuve la ocurrencia de que en el acto no figurara ningún emblema de partido; en la propia conferencia así lo advertí: aunque el acto lo organizara un partido, no era un acto de partido. El salón del hotel Huerta Honda se llenó y todos disfrutamos con la charla que nos ofreción D. Gabriel Cisneros, ponente constitucional. Durante varios años he participado, también en representación de mi Partido, en charlas en colegios o institutos, experiencias realmente gratificantes. Hoy ya no tengo ninguna responsabilidad política, aparte de ser concejal, hasta que termine mi compromiso en mayo de 2007. Mi homenaje de hoy es como ciudadano. Nada más y nada menos que como ciudadano.
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