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Los españoles nos hemos llevado esta mañana la gran sorpresa de la abdicación de la Corona, anunciada por el presidente del Gobierno y más tarde explicada por S. M. el Rey. Una vez asimilada la noticia, conocidas algunas reacciones y depuradas las emociones propias del caso, creo que:
1.º.- En un régimen como el español, con una Monarquía Parlamentaria que ha dado sobrados ejemplos de su valor como espinazo nacional (como diría Zarzalejos), la abdicación del jefe del Estado no debe ser un trauma. En otros países ha ocurrido con mayor o menor frecuencia, y nada pasa. Es cierto que en esta España de nuestras entretelas, en la que algunos andan intentando descoser las costuras del sistema, tendremos que soportar ruidos. Pero somos más, estoy convencido, quienes creemos en la estabilidad como factor determinante del progreso y de la democracia.
2.º.- Quien intenta desacreditar la Corona por hechos no plausibles pero puntuales, sin poner en el otro platillo de la balanza los servicios a la nación del Rey, actúa con manifiesta intención de desestabilizar aquello que tanto bien nos ha traído, con independencia de que, en uso de una libertad de expresión que se consiguió en su plenitud gracias a la democracia querida por el Rey, y conquistada por todos los españoles, pueda despotricar cuanto quiera.
3.º.- Hoy, como siempre, proclamo ¡viva el Rey! Don Juan Carlos todavía, y en breves fechas don Felipe, son los representantes de cuanto la Corona significa, anclada la institución en nuestra Constitución de 1978, y lejana de los inconvenientes de la Restauración de 1874.
4.º.- En numerosas ocasiones he manifestado mi respeto por cuantos se sienten republicanos. Siempre que no añoren la muy imperfecta II República que, se pongan como se pongan, en nada aventaja a nuestro régimen actual. En nada. Nuestra Monarquía, como tantas de Europa, es plenamente útil. Como tantas repúblicas plenamente democráticas, en las que han existido numerosos casos similares a los que tanto se critican aquí, sin que nadie haya salido a las calles a proclamar el fin de la República y el advenimiento necesario de la monarquía.
5.º.- Es la hora de la estabilidad política. Debo expresar sin reparos que el mensaje institucional del PSOE, leído esta mañana por Rubalcaba, me parece impecable. La garantía del régimen constitucional por los dos principales partidos es esencial para la prosperidad de nuestra patria. Hago votos, por tanto, porque el actual partido principal de la oposición no abandone la senda que emprendió en la Transición. Los cantos de sirenas, lleven o no coletas, son embriagadores pero deletéreos. Mejorando lo mejorable, puede irnos bien. Cayendo en aventuras con quienes proclaman totalitarismos más o menos encubiertos bajo una sobrepelliz romántica, sólo se llega al desastre.
Me siento orgulloso de haber vivido el juramento de don Juan Carlos, de haberle escuchado manifestar su deseo de ser rey de todos los españoles, de haberme podido acostar con tranquilidad después de oírle en la madrugada del 24 de febrero, de sentir cómo en el extranjero su presencia es garantía de éxitos para España. Don Felipe recibe un legado espectacular, en tiempos complicados. Hago votos por su acierto y le deseo suerte.
¡Viva España! ¡Viva el Rey!
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