Perniciosos enganches
Hace tiempo que tengo en las mientes dedicar unas líneas, y un hueco en la sección "Rol de cafres" de este blog, a los usuarios de esos artilugios que tienen como misión sujetar un remolque a un vehículo. Chismes infernales, como el que aparece en la fotografía que ilustra esta entrada.
De mi experiencia de observador de campo, resulta lo siguiente:
a) De aquellos vehículos a los que veo con frecuencia y que están dotados con enganches, ninguno ha portado jamás un remolque, salvo improbable error u omisión.
b) Muchos de los "bolos", o como popularmente den en llamarse los artilugios, están instalados en esas aventajadísimas versiones del Land Rover de toda la vida, solo que no son como aquellos duros y versátiles automóviles, simplicísimos pero prácticos, que facilitaban los desplazamientos a las gentes de posibles por sus fincas más o menos productivas. Ahora son lujosas máquinas, de carrocerías brillantes, dotadas de todas las siglas habidas y por haber que denotan que uno se encuentra ante una maravilla de la ingeniería. Tanta virguería me hace sospechar que poco pisan el campo los cochazos, misión para la que no hacen falta tantos extras. A uno le da por pensar que, del mismo modo -y según Gómez de la Serna- que quien pedía agua en una visita era un conferenciante frustrado, quien ahora se sube a esos monstruos de la carretera tiene vocación frustrada de tanquista. O algo así.
c) Descartado el uso de los enganches para su misión original, doblemente descartado en el caso de los superferolíticos tanques de la vida civil, la única misión que amerita a los jierros que asoman por la popa es la de fastidiar al vecino de aparcamiento. Hágase un censo de matrículas abolladas y paragolpes delanteros (antes decíamos parachoques, pero como hay que hacer eufemismo de todo...) jeringados. Comprobaremos empíricamente que el ingenio se ha convertido en un ariete para hacer campar por sus respetos al malauva que los instaló. Y, de añadidura, constituyen una magnífica defensa (a veces son una aberrante exhibición de priapismo motorístico) contra el golpecito de quien intenta estacionar junto al bólido armado.
d) Esta costumbre de erizar los coches va en aumento.
En consecuencia, propongo que no permitan que instalen los jierros quienes no tienen remolque, y que en el caso en que sí disfruten de carricoche, cuando no lo usen los envainen (los jierros), como corresponde a la sana urbanidad y decencia, para evitar impúdicos rozamientos a los vecinos. Así sea.
De mi experiencia de observador de campo, resulta lo siguiente:
a) De aquellos vehículos a los que veo con frecuencia y que están dotados con enganches, ninguno ha portado jamás un remolque, salvo improbable error u omisión.
b) Muchos de los "bolos", o como popularmente den en llamarse los artilugios, están instalados en esas aventajadísimas versiones del Land Rover de toda la vida, solo que no son como aquellos duros y versátiles automóviles, simplicísimos pero prácticos, que facilitaban los desplazamientos a las gentes de posibles por sus fincas más o menos productivas. Ahora son lujosas máquinas, de carrocerías brillantes, dotadas de todas las siglas habidas y por haber que denotan que uno se encuentra ante una maravilla de la ingeniería. Tanta virguería me hace sospechar que poco pisan el campo los cochazos, misión para la que no hacen falta tantos extras. A uno le da por pensar que, del mismo modo -y según Gómez de la Serna- que quien pedía agua en una visita era un conferenciante frustrado, quien ahora se sube a esos monstruos de la carretera tiene vocación frustrada de tanquista. O algo así.
c) Descartado el uso de los enganches para su misión original, doblemente descartado en el caso de los superferolíticos tanques de la vida civil, la única misión que amerita a los jierros que asoman por la popa es la de fastidiar al vecino de aparcamiento. Hágase un censo de matrículas abolladas y paragolpes delanteros (antes decíamos parachoques, pero como hay que hacer eufemismo de todo...) jeringados. Comprobaremos empíricamente que el ingenio se ha convertido en un ariete para hacer campar por sus respetos al malauva que los instaló. Y, de añadidura, constituyen una magnífica defensa (a veces son una aberrante exhibición de priapismo motorístico) contra el golpecito de quien intenta estacionar junto al bólido armado.
d) Esta costumbre de erizar los coches va en aumento.
En consecuencia, propongo que no permitan que instalen los jierros quienes no tienen remolque, y que en el caso en que sí disfruten de carricoche, cuando no lo usen los envainen (los jierros), como corresponde a la sana urbanidad y decencia, para evitar impúdicos rozamientos a los vecinos. Así sea.
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