Y entonces, ¿qué eres?
Dice Aído, ministra de un Ministerio sin ton ni son, que eres un ser vivo, claro, pero que no se puede hablar de que en realidad seas un ser humano.
Cosa curiosa. De chico aprendí que había personas, animales y cosas. Quizá esto sea un tanto simple, pero nos íbamos aviando. Ahora parece que la ciencia, según la ministra, tiene dudas. Evidentemente, no eres una cosa, no te veo forma de caja, o de mesa. Animal, bueno. ¿Dónde están tu rabo, tu melena, tus aletas o tus garras? ¿Dónde tu pico o tus alas?
Me parece adivinar en ti una cabeza similar a la que tienen los individuos de la especie humana, un tronco también de tal apariencia, y brazos, y piernas. No consigo ver otra forma. Y estás vivo, por el momento. Luego algo vivo, de apariencia plenamente humana, ¿dónde hemos de encajarlo?
Las leyes soportan lo que le echen. Por unanimidad podemos decidir todos aquí que Saturno no es un planeta, sino un cometa. O que el Guadiana es un golfo. O que el Ministerio de la Igualdad es el más eficiente y además imprescindible.
Pero esas son batallas inocuas, aunque alguna muy cara. La tuya, en cambio, es sangrienta. Eso sí, muy progresista. Cuánto más te valdría ser una foca de las islas Feroe para que todas las televisiones pusieran, en eso que llaman prime time, las imágenes del destrozo, mientras tantos progresistas se rasgan las vestiduras.
Pero no has tenido suerte. Eres débil e indefenso. Y, además, cuando llegas a ser un estorbo llevas las de perder, porque, además, todo aquel que te defienda ya se sabe que es un carca irredento. O hasta un neocon, cosa ahora tan de moda. Beaterías y atentados contra la libertad. Y demagogia, claro, como lo que aquí llevo escrito.
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