Bronca, bronca
Digo yo que para qué demonios queremos un parlamento, con sus representantes elegidos por sufragio libre, universal, directo, secreto, etcétera, si en el lugar donde la voluntad del pueblo debería ser representada de modo solemne cualquiera puede llegar (por muy legítimo que sea el enfado) y armar la marimorena. ¿Para eso necesitamos un sistema representativo? Pues claro que es preciso el parlamentarismo. Bien debieran de saberlos los diputados que jalean (pescadores de río revuelto, pero con una viga en el ojo propio de dimensiones descomunales) a los alborotadores. Después se quejarán del desprestigio de las instituciones.
Y para qué referirnos a esa diputada del Parlamento valenciano, con su camiseta reclamando wanted: se busca al presidente Camps, don Francisco, porque la señora o señorita, y su organización, ya han juzgado y condenado. Ea, vengan buenos ejemplos.
Un servidor, que ha tenido que lidiar en algún debate con el salón de plenos a rebosar, y no con mayoría de gentes de su cuerda, sabe lo que es torear en la suerte contraria. Y no es agradable que en el lugar donde hay que debatir (sí de-ba-tir, no vo-ci-fe-rar), se coaccione o coarte a quien pretende hilvanar un discurso con las interrupciones de quienes puedieran pensar que se encuentran en un campo de fútbol.
No se quejen quienes se faltan al respeto a sí mismos apoyando conductas inapropiadas, cuando después las gentes hablen mal de los políticos.
Todo esto, sin entrar a fondo en la cuestión. Qué habilmente funciona la maquinaria de la izquierda. Gravísima crisis, 4 millones de parados (¿seré antipatriota por acordarme de esa monumental cifra?) y a chillar en las comunidades donde gobierna el PP. El Gobierno nacional, claro, no tiene la culpa de nada. Si hasta ya aparecen, ay, la primavera, brotes verdes.
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