Un regalo inesperado
Los amigos son (junto con la familia) algo así como los catalizadores de tu vida: con su simple presencia funcionan muchas cosas y todo es más fácil.
Un servidor disfruta con ellos tomando unas copas, que se han convertido en reglamentarias, los sábados y otros días que se tercian. Y, extraordinariamente, organizamos algún día de campo o bien algún guateque con música bien escogida y todo lo apropiado para el yantar, como dice mi amigo Manolo Pérez, mojando las palabras.
El caso es que el pasado sábado, a los postres de uno de esos guateques, mis amigotes, con premeditación, alevosía, nocturnidad y no sé cuántas cosas más, me sorprendieron con el obsequio de una magnífica estilográfica Waterman, es de suponer que porque han visto en mí -bendita benevolencia- ínfulas de escritor y con su gesto me animan a seguir emborronando cuartillas.
Como la otra noche, con la emoción, no pude pergeñar algunas palabras de agradecimiento, aprovecho ahora para decirles:
La palabra escritor me merece un respeto infinito; aunque con el diccionario en la mano el que suscribe pudiera usar el vocablo, creo que no reúno méritos suficientes para ello. Qué más quisiera yo que poder autoproclamarme tal cosa. Prometo, no obstante, seguir intentando ganarme ese derecho.
Otrosí digo: creedme, amigos, que vuestro gesto queda grabado de forma indeleble en mi corazón. Cada vez que tome en la mano la estilográfica estaré utilizando no sólo un instrumento noble, sino también un símbolo, el de vuestro afecto, del que he recibido una de las grandes alegrías de mi vida. Y no creáis que exagero.
Segundo otrosí digo: como bien sabéis, mi caligrafía es abominable, y no creo que eso tenga fácil solución. Pero prometo esmerarme y hacer algún ejercicio. Ahí lleváis la primera muestra:
Evidentemente, está escrita con la Waterman.
No hay comentarios:
Publicar un comentario