Jueves Santo
Fusilo un artículo de Amadeo de Argángary, que colocó en su blog hace dos años.
Si el tiempo acompaña, hoy hará un magnífico día de primavera, y en la templada noche se escuchará el arrastrar de alpargatas de costaleros, obedientes a la voz quebrada de capataces; el inconfundible sonido de cadenas, sujetas a los tobillos sangrantes de penitentes, como las miserias humanas se aferran al alma, mientras clarines y tambores acompañan con notas profundas. Y saetas que rasgan la noche y el corazón. Y hachones que golpean el suelo rítmicamente en manos de encapuchados, y farolillos cuyos cristales tintinean al ritmo de los pasos.
A los sonidos se unirá el olor; allí donde tengan el privilegio del azahar, como en Sevilla, se confundirá este con el de la cera derretida y con el de las flores que adornan los pasos. Y bajo ellos, sudor. Transpiración de esfuerzo solemne y voluntario, de dolor sin quejidos.
Y al olfato y al oído se une la vista. Oro y negro, amarillos, rojos, morados, blancos, celestes… el color de los pasos, el de las mantillas, el de las túnicas; colores del sentimiento y del respeto, a veces reflejados en la cérea faz de las imágenes que se bambolean a golpe de espalda y riñones; colores que ribetean túnicas de vírgenes llorosas y bonitas… Y en los paladares, el acre del humo de las velas y cirios, lo salado de alguna lágrima traidora, la boca seca cuando pasa el Crucificado.
Mientras, los padres se aferran a las manos de sus hijos y les transmiten, en silencio, emoción, fervor, amor, respeto. Manos juntas, calor con calor, historia de siglos que fluye a través de dedos entrelazados, ternura con callosidad, rudeza y candor; memoria de años, de rostros queridos, de gentes que entraban y salían de casas que ya no existen, de rostros que siempre se veían en los mismos balcones y que ya siguen la procesión desde otros miradores mucho, mucho más altos. Historias de fe que se cuentan en silencio.
Qué quieren que les diga. Un Jueves Santo es un Jueves Santo, vengan como vengan los tiempos. Es un día para creyentes, claro, pero también sirve para incrédulos que, aunque no comprendan el Misterio, quizá aprendan –aprendamos- algo de los que se entregan al desfile y a la contemplación con respeto y profundidad.
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