Euroirrisión y otras hierbas
Venía resistiéndome a dedicar unas líneas al esperpento que nos representará en Eurovisión; hoy ya no me queda otra que ocuparme un poco, ya que leo con absoluta sorpresa que un tal Bieito Loberia, diputado del BNG, ha propuesto chuscamente que se sustituya el himno español por el chiqui chiqui ése que nos ¿representará? en el eurofestival.
Digo yo que entre adefesios anda el juego. Curiosamente, el genial gobierno gallego ha editado un decálogo lingüístico en el que, entre otras cosas, propone que en el momento de la Consagración, en las misas con motivo de las fiestas populares, suene el himno gallego. O que el 50% de la música de las verbenas sea en gallego. Y, por supuesto, hay que sancionar al que no rotule en la lengua vernácula.
Pudieran parecer mamarrachadas tales cosas, pero son auténticas tropelías. Las lenguas de las comunidades españolas son una riqueza que hay que proteger, son un valioso patrimonio cultural y social; pero también lo es el español o castellano. Las lenguas son un instrumento de comunicación, pero los nacionalismos las utilizan como signos distintivos y excluyentes. Además, en la mentalidad de los nacionalistas, con su obsesión por la inmersión lingüística, subyace el ansia de controlar a los ciudadanos.
Regular qué idioma debe utilizar cada uno no deja de ir contra la libertad. La Constitución establece claramente que el español es la lengua oficial que todos estamos obligados a conocer, y establece la cooficialidad de las lenguas autonómicas. A partir de ahí, que cada cual hable en el idioma que le dé la real gana y que rotule como quiera. Y que los gobiernos garanticen en sus ámbitos de competencia que cualquier español que circule por Cataluña, Galicia o el País Vasco entienda los rótulos públicos, las señales de tráfico, los nombres de los pueblos...
Mientras tanto, que Bieito Lobeira sea castigado a acompañar al del chiqui chiqui y obligado a hacerle los coros.
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