domingo, 15 de octubre de 2017

Boicoteos van y vienen





Extracto de un texto que publiqué en 2005, y que ahora creo de actualidad. Lo transcribo después de leer lo publicado en "Hoy", en la mañana de hoy, sobre el daño que el boicot a los productos catalanes puede ocasionar a la economía extremeña.

"No estoy de acuerdo con ningún tipo de campaña en contra de productos españoles, sean de donde sean, [...] yo preferiría que en las urnas se castigara a quienes con sus descabelladas políticas originan estas situaciones.

Pero cada vez se me hace más cuesta arriba defender esta postura, [...] Hoy mismo, un amigo que conoce mi postura, me ha abordado y me ha espetado, sin más preámbulos, que él no consume productos catalanes por tres motivos: primero porque así se le bajan los humos a los carodes y demás compañeros mártires; segundo, porque está indignado con lo que ha leído hoy en un periódico nacional, que afirma que la Generalidad de Cataluña viene multando a establecimientos que no rotulan en catalán; y tercer y principal motivo, porque le sale de donde ustedes imaginan.

Ante el tercer argumento, poca réplica cabe. Ante el primero, ya sabemos cómo están las cosas. Pero el segundo, el de las multas por no rotular en catalán, lo ignoraba un servidor. Así que, tras leer algo sobre el asunto, resulta que sí, que hay una legislación en vigor en tal materia.

Me estremece esta barbaridad. Siempre pensé que el poseer una lengua, como el catalán, en el patrimonio cultural de una región es algo absolutamente enriquecedor. Las lenguas son para comunicarse. Y si uno disfruta de la posibilidad de hacerlo en varios idiomas, me parece estupendo. Lo malo es cuando una lengua se utiliza como trinchera, como seña de identidad contra otros [...]

La lengua castellana, única sobre la que la Constitución Española predica la el derecho y deber de conocerla a todos los españoles, es un elemento milenario de comunicación común,[...] La norma debiera ser que cada cual se exprese como desee, sin incurrir en faltas de educación. Pero claro, el castellano es un elemento de cohesión nacional; por tanto, sobra. Como lo que hay que cohesionar es Cataluña, nación según algunos, hay que exigir  el uso del catalán. Y [...] aunque haya ley por medio, cuando esta pretende la inmersión lingüística, le falta la nota de legitimidad.

Sensu contrario, sería exigible, de oficio, la persecución de aquellos establecimientos en los que sólo se rotule en catalán, que seguro que los hay. Pero eso no cuenta. No se busca el bilingüismo, que no es mal invento, se busca la separación.

Poco ayudan estos procedimientos a la comprensión hacia Cataluña en el resto de España. Por esto, entiendo que el seny catalán debe manifestarse en forma de una sociedad civil que diga a sus representantes políticos que ya está bien de inventar problemas artificiales; que dejen de mirarse a sus ombligos y estén más pendientes del mal que pueden causar con sus políticas absurdas; que dejen de sembrar vientos.

Tal vez este sea el antídoto contra el mal de la disgregación fanática. No es nada razonable que un castellano, o manchego o extremeño, se sienta a disgusto en Cataluña. Como tampoco lo es el que un catalán tenga que ser mirado torvamente, o haya de sufrir comentarios ácidos en el resto de España. La convivencia sufre mucho.

Acabo con una anécdota. Créanla o no. Pero es absolutamente cierta. Hace unos días acudo a una conferencia sobre el Estatuto de Cataluña, organizada por personas contrarias a su reforma anticonstitucional; entre los asistentes, un matrimonio entabla conversación conmigo, y me dice que, como se alojan en el hotel donde se celebra el acto, han decidido entrar a escucharlo. Me pregunta el esposo si imagino a qué ha venido a mi tierra, a Extremadura. Sugiero que por hacer turismo. Me niega con la cabeza. A comprar cava, me aclara. Vaya, vaya. Cosas del boicot. Me confirma que él antes compraba en San Sadurní de Noya [...] Compraban bastante cantidad, que ahora se llevan de Almendralejo. No están de acuerdo con lo que está pasando en Cataluña.

¿Dónde está la anécdota, [...] La sorpresa es que el caballero, con semblante y tono de voz realmente triste, me confiesa: yo soy catalán [...]"

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