Había una vez un circo... con animales
Vale, demos por bueno que los
animales, cuando son extraídos de su medio natural, sufren. Y que si se les
exhibe en los circos llevando a cabo ejercicios que nada tienen que ver con su
naturaleza, la crueldad se incrementa; que soportan, por lo tanto, una vida de
degradación. Es decir, que todos ellos son torturados en su cautividad. Esto es
lo políticamente correcto, facha el que no lo comparta. Así que, siquiera a lo
largo de unas líneas, aceptaremos las tesis animalistas más exacerbadas, bien
aplicadas por regidores diligentísimos. Dios me libre de pensar que algunos
Ayuntamientos pretendan hacer la puñeta a los circos. Pero quizá estas energías estarían mejor
empleadas en en otras provechosísimas gestiones.
Continuemos, pues, con el espíritu de liberación
animal. La cosa, desde luego, no termina en el circo. Más allá de las carpas y
de las jaulas de tigres, leones o elefantes existen otras numerosas actividades
que el hombre ejecuta para su solaz valiéndose de la más diversa fauna. Por
ejemplo, los concursos hípicos. A ver, dónde está demostrado que los caballos,
en su estado natural, se dedican a hacer saltos de obstáculos con un jinete
sobre su lomo. O en qué parte de la genética equina está escrita la innata
tendencia a elaborar elegantes pasos para delicia de los aficionados. Ergo, si
nada de eso es natural, ¿qué pintan los concursos hípicos? ¿No sufren los caballos
soportando el peso de los jinetes (y amazonas, claro, no faltaría más),
trotando, galopando o lo que se tercie? Sean anatema esos certámenes, acábese
con ellos. A mayor abundamiento, suprímase la pesada carga de los animales de
ídem, qué es eso de que tiren de carros. El que quiera transporte, que use
tractores…. ¡Alto! los tractores contaminan, consumen gasóleo, hacen ruido,
echan humo… Imposible. Y ¿entonces? Pues que tire el labrador del carro y del
arado, no faltaría más.
Oigan, ¿y el ganado porcino, ovino o bovino en la
Feria de Zafra? ¿No hemos quedado en que son representantes de la mejor cabaña
de la ganadería extensiva? ¿Qué pintan esos bichos encerrados, estabulados,
soportando el deambular constante del público, que les estresa y les fastidia?
Tamaña afrenta exige, de inmediato, una solución: fuera la esclavitud del
ganado. Si lo desean, pongan un vídeo de las reses paciendo en las fincas
(¿Pero, nos los podremos comer después? ¡Qué aberración, ni lo sueñe!)
Me vienen ahora a las mientes los perros, esos seres
que a tantos resultan adorables, que son educados y exhibidos por doquier (con
harta frecuencia dejando incontestables huellas de su tránsito). ¿No es
antinatural amaestrarlos, enseñarlos a sentarse y levantarse a la voz del amo y a hacer otras virguerías? ¡Uf, y qué les digo de los concursos caninos! En
Zafra tuvimos uno hasta hace algunos años. ¡Qué indignante, hacer desfilar a
los chuchos, acicalarlos para la ocasión…! Todo antinatural, sin duda. Vade retro…
Seguimos pasando revista. A ver, qué hacemos con los
canarios, jilgueros, loros, periquitos, cotorras y cualesquiera otras aves que
viven encerradas en jaulas con bebederos y columpios, atiborradas de alpiste o
de lo que coman, soportando la pesadez del amo, que se empeña en que canten,
hablen o hagan no sé qué gracietas. ¡Horrorosa abominación! Prohíbase la
cautividad.
¿Y qué me dicen de las peceras? Tamaña atrocidad
merece especial mención. Fíjense, se coge un pececico, cuyo hábitat natural es
la inmensidad marina, y se le encierra entre cristales. En el mejor de los
casos, sus dueños serán pudientes y se permitirán instalar un acuario de
considerables dimensiones, amablemente decorado con pecios a escala, rocas,
plantas… hasta algún cofre con tesoro incluido, con sus monedita de oro
desparramadas. Todo simulando el fondo marino para que el pez esté ambientado
y, quién sabe, entretenido. A falta de depredadores naturales, su vida
discurrirá aleteando entre el decorado, en un agua con la temperatura regulada
y alimentado con nutrientes ad hoc. Vida
muelle, pero esclava. Menos suerte correrá el que venden en algún mercadillo,
supongo, entregado en una bolsa de plástico con algo de agua y que vivirá
cuanto le corresponda en una pecera esférica sin ningún tipo de atrezo hasta
que un día aparezca flotando panza arriba (¿Es apropiado hablar de panza en el
caso de los peces?).
Para rematar la galería de aberraciones, no puedo
dejar de referirme a los monos, ratones, conejos y demás fauna que es inoculada
en los laboratorios con todas las porquerías que a los científicos se les
ocurre, y con los que se ensayan tratamientos. ¡Pobrecillos! ¡Cuánto
ensañamiento! ¿Pero, con quién se deberían hacer los experimentos? Bueno, no se
me ocurre una respuesta adecuada, pero seguro que los defensores más
documentados del reino animal tienen alguna.
En fin, por no aburrirles no sigo indagando en la
cantidad de extravíos que cometemos con los animales. ¡Pero qué bárbaros que
somos! Sean condenados de vehementi
cuantos incurren en las atrocidades y persisten en ellas. Protejamos la fauna,
¡ar! Por cierto, ¿será lícito comer vegetales? ¿Tendrán sentimientos las
plantas?
La única duda que me cabe, después de tanta
prohibición, es qué va a ocurrir con los emancipados del reino animal si triunfan
tan humanitarias tesis. ¿Dónde se
acomodará tanto liberto? ¿Pasearán por nuestras calles los tigres del circo al
igual que las vacas sagradas lo hacen por las de las ciudades de la India? ¡Qué
lío, oigan! Y, por último, me pregunto qué será de domadores, adiestradores y
toda la patulea de indignos individuos de la raza humana que han tenido la
ocurrencia de ganarse la vida a costa de los bichos (incluyo a los vendedores
de las llamadas mascotas y a quienes antinaturalmente disfrutan de ellas). Pues
al paro, no faltaría más. Al más sañudo de los ostracismos. ¿Y por qué no a la
cárcel, o a campos de reeducación?
Por cierto,
y ya no les aburro más: ¿habrá este año concurso hípico en Zafra? ¿Y animales
en exposición en la FIG?
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