jueves, 18 de febrero de 2010

¿Linchamiento judicial?


Titulo esta entrada con el espeluznante oxímoron que me plantea un lector tan amable como anónimo (¿desconocido?), cuando se interesa por mi opinión acerca del juez Garzón. Digo oxímoron porque el concepto de justicia debe ser radicalmente opuesto al de talión; y digo espeluznante porque, si no fuese así, y un Hammurabi redivivo nos administrase los pleitos, habría fenecido irremediablemente el sistema democrático, por colapso de uno de sus pilares fundamentales.
Vamos al caso. Empiezo con una prevención hacia el lector: Garzón no me cae nada bien. Con independencia de sus muchos aciertos y afanes, que no son moco de pavo, creo que le pierden sus errores. Erró cuando se dedicó a la política y con el subsiguiente retorno a la carrera judicial: es difícil creer en la neutralidad de un juez que ha hecho política de partido de modo tan significado y activo.
Creo que se equivoca cuando se erige en paladín de una justicia universal que aún no está claramente definida ni es pacíficamente aceptada por todos, en demérito de otras instrucciones que creo exigían una labor ciclópea.
Yerra cuando no ataja radicalmente las filtraciones de sumarios declarados como secretos por él mismo, poniendo en situación de grave indefensión a los imputados y, de paso, dando lugar a un proceso mediático en el que el reo siempre lleva la de perder, sin tan siquiera haber sido desvirtuada la presunción de inocencia en un juicio con todas las garantías.
Me ha resultado chocante, por lo demás, que la Audiencia Nacional se vea obligada a exigir al magistrado que continúe con las actuaciones en el denominado “caso Faisán”.
Insisto en que sus aciertos han sido numerosos. Pero en un juez, persona con capacidad para disponer de la vida y patrimonio de las personas, es exigible una muy acreditada diligencia para evitar el yerro.
Respecto de las imputaciones que tanto dolor de cabeza vienen provocando al juez y que estimulan a mi lector a solicitar mi humilde opinión, y que si no me equivoco son por prevaricación por cuanto respecta a su sumario sobre el franquismo y por haber sido subvencionado en actividades particulares por un empresario al que después había de juzgar, me permitirán las siguientes observaciones:

1º.- Es inevitable la sensación de que en España la Justicia está politizada. Creo que es manifiestamente mejorable el sistema de elección de magistrados en determinados órganos judiciales. Al socaire de la premisa constitucional que dice que la Justicia emana del pueblo, otros poderes atenazan a aquéllos órganos jurisdiccionales que más interesa tener bajo cierto control. Dudo mucho que nadie tenga particular interés en cambiar esto. Es obvio. La cosa es que, con este sistema, no es que se echen paletadas de tierra sobre la tumba de Montesquieu. Es que se remueve la sepultura con un bulldozer.

2º.- Sobre las imputaciones al juez-estrella: como desconozco el sumario e ignoro todo sobre el derecho procesal, no puedo pronunciarme. Eso sí, hasta donde conozco, si se rechaza el archivo de las querellas es que existen indicios de sustancia, que no resultan desvirtuados por la naturaleza o ideología de los querellantes, sino que se aprecian por los jueces pertinentes en interés de la Ley y del Derecho. Todo ello sin perjuicio de la apreciación de la presunción de inocencia, que sólo puede ser desvirtuada en el pertinente juicio –si llegase el caso– una vez valoradas la tipicidad, antijuridicidad y culpabilidad de las acciones u omisiones denunciadas.

3º.- En las actuaciones de Garzón referidas a la causa contra el franquismo, me parece que hay anacronía e intención política. Anacronía porque tres décadas después de muerto el dictador, con una sociedad encauzada democráticamente y tras una Transición ejemplar, en cuyos albores se dictó una ley de Amnistía que el magistrado no puede obviar, es intempestivo enredar. Intención política porque parece que se pretende obtener resultados que la ley ya tiene descartados, lo que pudiese interpretarse como fraude de ley. Y, sobre todo, porque el pueblo se manifestó contundentemente a favor de mirar hacia delante. Libertad sin ira, clamaba Jarcha en los años en que el futuro se abría con esperanza. El franquismo se autoinmoló, mal que les pesase a muchos, cuando las Cortes dieron su aprobación a la Ley para la Reforma Política. A partir de ahí, sobran enredos.

Por cuanto respecta a la segunda imputación, la relativa al Banco Santander, me limito a opinar, con independencia de cuál sea el resultado de la cuestión, que la actuación parece poco estética.

Como corolario: el que la haga, que la pague, sea Garzón o el último chorizo, y a pesar de la evidente politización espuria de tantos aspectos de la vida social. Por lo demás, soy partidario de los Estados aburridos, en los que la vida civil está engrandecida tras décadas de democracia viable y plena, mientras los poderes públicos se dedican a lo suyo. Garzón, desde luego, no es el problema. Pero es parte del mismo. Como tantos.

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