¡Bravo, Rafa!
El deporte exige un alto grado de autodisciplina, de sacrificio, de renuncia... Siempre me ha gustado considerar que los deportistas constituyen uno de los mejores ejemplos de sentido del deber y de la cultura del esfuerzo para conseguir cosas. Ejemplo que es extrapolable a todos los órdenes de la vida. Lo que pasa es que muchos acaban endiosándose y haciéndose, al menos en mi opinión, un tanto repelentes. Ocurre con algunos futbolistas, que en el pie alojan toda la sustancia que debiera ocupar algún espacio en el cráneo.
No es el caso de Rafa Nadal, con cuyo tenis disfruto del mismo modo que con su personalidad: no puedo olvidar cómo, tras alzarse con el torneo de Winbledon, se encaramó por el graderío y por allí circuló exultante hasta saludar a SS. AA. RR. los Príncipes de Asturias. Es un gesto que muchos deberían observar: su entusiasmo contrasta con lo displicente de muchos futbolistas (cuánto bueno y cuánto malo hay en el fútbol) que, cuando recogen algún trofeo de manos de SS. MM. no guardan un mínimo de compostura y parece que pasan por allí de mala gana: hagan memoria y seguro que recurdan casos.
Nadal es un chaval espontáneo y jovencísimo. Pero sabe bien lo que quiere. Y, sobre todo, creo que sabe bien qué es y a quién representa, y lo hace con orgullo.
Hoy me he llevado una gran alegría. Se merece holgadamente el premio Príncipe de Asturias. Su trayectoria, avalada por su saber estar, le hacía acreedor indiscutible del galardón. Hoy, el de Manacor ha culminado uno de los mejores match-ball de su vida. Y seguro que está orgulloso. Felicidades, Rafa.
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